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Con reuniones improvisadas, mucho corazón y cero recursos, ese grupo fundó la Sociedad Protectora de Animales de Los Ángeles, la más antigua de la ciudad.
Hoy, 26 años después, ese mismo proyecto —que partió con unas pocas perreras y una hectárea de terreno donada por un médico de la zona— sigue en pie gracias al esfuerzo voluntario, en medio de un escenario cada vez más adverso.
Entre las fundadoras figuran nombres que se repiten como piedra angular del proyecto. Marianela Olate, hoy presidenta de la agrupación, fue parte del equipo inicial.
También estuvo Perla Villalobos, la primera presidenta formal, y la inmigrante alemana Hannelore Schriever, una de las impulsoras más activas en sus inicios.
Con el paso de los años, la organización logró levantar su albergue en un sector alejado de la ciudad.
El terreno, de una hectárea, permitió empezar a construir los primeros caniles: un gran galpón techado y, con el tiempo, patios exteriores que fueron sumándose gracias a rifas, colectas y donaciones esporádicas de la comunidad.
Hoy, la protectora cuenta con ocho caniles interiores y 18 patios exteriores, espacios donde se distribuyen casi 60 perros, todos rescatados de situaciones de abandono, maltrato o enfermedad.
Los más vulnerables —cachorros, adultos mayores o animales enfermos— permanecen dentro del galpón para protegerlos del frío y los cambios de clima.
"Si tú te imaginas, algunos caniles son más grandes que el patio de una casa", relata Macarena Rojas, abogada y voluntaria de la protectora.
Según la profesional, construir un canil no es barato: el costo mínimo supera el millón y medio de pesos, sin considerar mantenciones, techos y pisos lavables exigidos por la normativa actual.
Aunque la protectora no tiene fines de lucro, la autoridad sanitaria la fiscaliza bajo el mismo reglamento que rige a veterinarias, peluquerías caninas o centros pet.
La Ley 21.020 y su reglamento obligan a contar con pavimentos, pisos lavables, techos individuales y estándares propios de recintos comerciales.
"Nos exigen lo mismo que a empresas que lucran, pero nosotros funcionamos con puro aporte y voluntariado", explica Rojas.
De hecho, debido a denuncias de ruido presentadas por vecinos que se instalaron mucho después que el albergue, la organización enfrenta un sumario sanitario y debió elaborar un plan de cumplimiento que hoy está en revisión en Santiago.
Es una presión que se suma a la falta crónica de recursos. "Estamos siempre reparando cosas, techando caniles, comprando cemento... vamos granito a granito", agregó Macarena.
El refugio funciona con solo siete voluntarias activas para rescates, traslados, logística y campañas. No hay vehículos propios y los gastos de bencina, transporte y materiales corren por cuenta de ellas.
Además, cada día reciben entre 10 y 15 mensajes por Instagram con denuncias de animales perdidos, heridos o abandonados. Pero no siempre pueden hacerse cargo: sin aportes, no hay rescate.
La protectora tiene dos cuentas separadas: una para el albergue y otra para casos de emergencia, manejada por una voluntaria. Cuando aparece un animal gravemente herido, se publica la historia y se piden aportes. Si no se logra reunir el dinero o se acumulan deudas en la veterinaria, deben rechazar nuevos casos.
Aun así, destacan el apoyo clave de la veterinaria Mascovet, que les entrega facilidades de pago y descuentos.
También reconocen a Luz Eliana Baeza, una mujer que funciona como hogar temporal de gatitos: ha llegado a tener 17 animales en su casa, todos con alimentación, arena y medicamentos financiados por donaciones.
Solo en alimento, la protectora gasta varios millones al año. Y no pueden comprar cualquier comida: el reglamento sanitario exige alimento premium, lo que encarece aún más su operación.
Actualmente los perros consumen la marca Alphadog, provista con descuento por la tienda Full Mascotas, que también apoya anualmente al refugio.
Un saco de 20 kilos dura apenas unos días entre tantos animales. Y eso sin considerar vacunas, antiparasitarios, urgencias y mantención del recinto.
Cada año, la protectora organiza su rifa anual, la actividad más importante para financiar su funcionamiento. En esta versión se busca reunir entre $4 y $5 millones, monto que representa apenas la mitad de lo que necesitan para sobrevivir durante todo el año.
Los premios son donados por personas de buen corazón e incluyen estadías en Huilo Huilo y en Villa Baviera, entre otros regalos que suelen motivar a la comunidad a participar.
"De verdad te queremos pedir ayuda para difundir la rifa", insisten desde la agrupación, conscientes de que sin esa recaudación el albergue simplemente no podría seguir funcionando.
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