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La Tribuna

¿Qué hay en Netflix? La disolución del pegamento social de la nación

por Nicolas Irribarra Irribarra

Farhad Manjoo // © 2017 New York Times News Service

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Cuando “One Day at a Time” empezó a salir por la CBS en diciembre de 1975, se convirtió en un éxito instantáneo y siguió siéndolo durante casi una década.

“One Day at a Time”, una serie sobre familias de clase trabajadora producida por Norman Lear, un empresario de la TV, atrajo regularmente durante su primer año a 17 millones de televidentes cada semana, según Nielsen. Las otras comedias de Lear fueron éxitos aún más grandes: una de cada tres familias con televisor veía “All in the Family”, por ejemplo.

La semana pasada salió en Netflix una nueva versión de “One Day at a Time”. Los críticos la elogiaron por su exploración de las familias monoparentales y la lucha de clases, tema que se ha esfumado de la TV desde el apogeo de Lear.

No obstante, pese a lo bien intencionado y encantador que pueda ser este nuevo “streaming”, hay un aspecto crucial del viejo “One Day at a Time” que muy seguramente no podrá imitar: amplio alcance cultural.

Las dos versiones de “One Day at a Time” son bisagras notables de la historia de la televisión y, por extensión, de la historia de la cultura masiva en Estados Unidos. Los programas están separados por 40 años de avances tecnológicos; desde la era de transmisión por aire en la que Lear la hizo en grande a la era de cable de MTV, CNN y HBO hasta, finalmente, la era moderna de servicios de “streaming” como Netflix. Cada nueva tecnología permitió dar un salto en opciones, flexibilidad y calidad; la “Época Dorada de la TV” ofrece tantas opciones que algunos críticos se preguntan si no se ha vuelto abrumadora.

Tampoco es solo la TV. En toda la industria del entretenimiento, desde la música y las películas hasta los videojuegos, la tecnología nos ha inundado con una profusión de opciones culturales.

Tener más cosas buenas para ver y escuchar no es malo. Pero el nuevo “One Day at a Time” permite reflexionar sobre lo que hemos perdido al aceptar la abundancia inducida por la tecnología. Las elecciones presidenciales del año pasado y sus secuelas estuvieron dominadas por discusiones en cámaras de eco y polarización; como lo he dicho antes, todos nos estamos dividiendo en burbujas de realidad construidas por nosotros mismos.

De lo que menos se ha hablado es de la polarización de la cultura, y de las nuevas cámaras de eco dentro de las que escuchamos y vivimos los éxitos culturales actuales. Nunca volverá a existir un programa como “One Day at a Time” o “All in the Family”; fueron programas que derivaron su poder no solo de su contenido (que tal vez no esté a la altura de los asuntos más nobles de la actualidad) sino también de su ubicuidad. Actualmente casi no hay nada tan popular como lo fueron las viejas comedias; los únicos fragmentos de cultura compartida que se acercan son eventos deportivos periódicos, videos virales, memes y paroxismos ocasionales de rabia política.

En cambio, estamos volviendo a la era cultural previa a la radio y la TV, una era donde el entretenimiento estaba fragmentado y era hecho a la medida, y donde satisfacer un nicho era mayor imperativo económico que entretener a las masas.

“Hemos vuelto a la normalidad, de cierta forma, porque antes de la televisión abierta no había mucha cultura compartida”, dice Lance Strate, un profesor de comunicaciones de la Universidad de Fordham. “Durante gran parte de la historia de la civilización, no hubo nada como la TV. Fue un momento en la historia realmente raro tener tanta gente viendo la misma cosa al mismo tiempo”, explica.

No se trata de romantizar la era de la TV. En su clímax, la TV abierta fue ridiculizada por su superficialidad, por su grosero comercialismo, por la forma en que celebraba la conformidad y rechazaba la heterodoxia y, principalmente, porque a menudo no era muy creativa ni entretenedora. Neil Postman escribió que estábamos usando la TV para “divertirnos hasta morir”, mientras que Newton Minow, presidente de la Comisión Federal de Comunicaciones durante el mandato del Presidente John F. Kennedy, famosamente la tildó de “vasto yermo”.

Sin embargo, brevemente, la televisión abierta jugó papeles culturales, sociales y políticos mucho más importantes de lo que sugeriría la banalidad de su contenido. Dado que había pocas opciones, la TV ofrecía otra cosa: materia prima para una cultura compartida. Con su forzada similitud, se convirtió en cierto tipo de pegamento social, zurciendo una nueva identidad nacional.

“Lo que ganamos fue una identidad y una experiencia compartida”, señala Strate. “El ejemplo famoso fue el funeral de Kennedy, donde la nación lloró conjuntamente como nunca había pasado antes. Pero también, nuestra experiencia de ver ‘I Love Lucy’ y ‘All in the Family’ fue lo que creó un conjunto compartido de referencias que todos conocían”, considera.

Conforme la era de la televisión abierta se convirtió en una era de cable y después de “streaming”, la TV se transformó de yermo a mar activo de creatividad. Pero se ha convertido en un mar donde todo mundo nada en bancos más pequeños.

Según Nielsen, solo aproximadamente 12 por ciento de los televisores de las familias, o alrededor de entre 14 y 15 millones de personas, sintonizaron regularmente “NCIS” y “The Big Bang Theory”, los dos programas más populares de televisión por cable de la temporada 2015-16. Antes del año 2000, dichos “ratings” ni siquiera los hubieran hecho dignos de formar parte de la lista de los 10 principales programas. “Game of Thrones”, de HBO, es el programa de drama más prestigioso de la televisión por cable, pero su histórico final solo captó aproximadamente 9 millones de televidentes.

Netflix no informa datos sobre su número de televidentes, pero algunas compañías independientes de medición han ideado formas de estimarlos. Una de ellas, Symphony Advanced Media, dice que “Stranger Things”, el drama original de Netflix más importante del año pasado, fue visto por aproximadamente 14 millones de adultos durante su primer mes de lanzamiento. “Fuller House”, la nueva versión de Netflix del programa de televisión abierta “Full House”, captó una audiencia de casi 16 millones (estos números son para toda la temporada).

Para tomar perspectiva, durante gran parte de los años ochenta un programa de televisión por aire que captara entre 14 y 16 millones de televidentes habría estado en riesgo de ser cancelado. Recientemente, Symphony dijo que alrededor de 300,000 televidentes vieron el nuevo “One Day at a Time” durante sus primeros tres días en Netflix.

Aún no estamos en el punto más bajo de la era de la televisión abierta; el corte de cables se está acelerando pero aún no se ha convertido en una práctica convencional, y los servicios de “streaming” apenas acaban de superar penetración mayoritaria. Así que a estas tendencias todavía les falta mucho por avanzar. Conforme la gente se retire de la televisión abierta y de la televisión por cable para sumergirse más en el “streaming”, seguramente veremos más programas con menos audiencias.

“Justamente esto es generalmente cierto para el comportamiento de los éxitos en todo los medios”, dice James Webster, un profesor de la Escuela de Comunicaciones de la Universidad de Northwestern. “Algunos podrían ser más importantes que nunca, pero generalmente la audiencia para todo lo demás son cacahuates”, considera.

Un vocero de Netflix señaló que incluso si las audiencias son más chicas que antes, sus programas de todas formas tienen impacto. “Making a Murderer” desencadenó la reexaminación de un juicio por asesinato ampliamente criticado, por ejemplo, mientras que “Orange Is the New Black” fue uno de los primeros programas protagonizados por una actriz transgénero.

Compro este argumento; obviamente, productos culturales potentes pueden generar impacto incluso si no todo mundo los ve.

Pero sospecho que los impactos, al igual que la televidencia, tienden a estar restringidos a las mismas cámaras de eco sociales y culturales en las que nos hemos dividido para empezar. Esos efectos no abordan las vastas formas en que la TV alguna vez rehízo la cultura: la forma en que todo mundo de cierta edad conoce las expresiones de “Seinfeld”, o siguió el romance en “Cheers” de Diane y Sam, o cómo es que un programa como “All in the Family” inspiró una conversación nacional sobre la Guerra de Vietnam y el movimiento de derechos civiles.

Es posible que no estemos en el final de la historia. Algunos más jóvenes podrían sostener que Internet ha producido su propio tipo de cultura, una cultura que será fuente de referencias compartidas en los próximos años. ¿Qué tal si “Chewbacca Mom” y el vestido azul y negro/blanco y dorado que surgió en Internet algún día se vuelven parte de nuestra biblioteca de referencias globalmente reconocidas, al igual que las frases más cursis del pasado de la televisión, ya sea de “Seinfeld” o de “Diff’rent Strokes”?

Eso podría pasar. No obstante, corriendo el riesgo de hacer enojar a los más jóvenes, voy a formular esta réplica: “¿De qué hablas, Willis?”

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