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La Tribuna
Columnista

María Corina Machado

Mario Ríos Santander

por Mario Ríos Santander

Caminando hacia un local de votación, en Caracas, volví a oír el "murmullo" de María Corina Machado. La sindicaban como una mujer potente, valiente y decidida en sus convicciones. Enfrentaba a Chávez como a Maduro, no guardaba silencio frente a la injusticia ni daba su brazo a torcer en sus opiniones finalistas de una Venezuela que ya proclamaba las razones de lo que sería su fracaso. Me pareció una persona interesante, pero nada más.

Transcurrido el tiempo, su figura, ahora desde Chile, comenzaba a tener mayor presencia. De partida, se inscribió como candidata a la presidencia y un extraño tribunal electoral no se lo permitió. Entonces, levantó otro candidato, Edmundo González, que logró unir a toda la oposición. La campaña electoral dio muestra de una adhesión mayoritaria. Repletaron avenidas, plazas, lugares públicos, y su única arma de lucha fue la palabra de Corina, que, incansable, llegó a toda la geografía de su Venezuela querida.

Terminado el proceso electivo, los votantes en favor de Edmundo González superaron el 70%. Sin embargo, el espurio Consejo Electoral, esa misma tarde, proclamó a Maduro como presidente con una supuesta mayoría. Nadie en el mundo les creyó, y menos cuando el comando de Edmundo González dio a conocer las actas oficiales de cada mesa de votación: llegaban al 72% de los votos. Europa entera reconoció a González, lo mismo que los países de América que, salvo Lula —que aún no se pronuncia— y por cierto Cuba, Nicaragua, Colombia y algún otro despistado, acogieron a Maduro como ganador absoluto. Las Fuerzas Armadas bolivarianas, antidemocráticas, reconocieron también a Maduro a pesar de que el mundo occidental pedía que se mostraran las actas, las cuales nunca se entregaron.

Esta historia, ya conocida, fue fraguando un premio mundial, querido y apreciado por el mundo libre: el Premio Nobel de la Paz.

María Corina Machado perfectamente pudo haber recurrido a la fuerza, mover a sus millones de partidarios al combate callejero, a la violencia. Sin embargo, se mantuvo siempre en la esperanza de que las cosas cambiarían, transmitiendo sus proclamas en paz, invocando la razón. Luego comenzaría una nueva visión del gobierno ilegítimo de Maduro: traficante de cocaína. No solo lo harían por dinero, que eso ya es mucho, sino también porque la droga mataba a 25.000 jóvenes norteamericanos cada año y ello, el "asesinato blanco", resultaba ser lo más efectivo para destruir a los Estados Unidos.

Ahora todo ha cambiado. María Corina Machado ha recibido el Premio Nobel de la Paz. Maduro jamás lo imaginó. Al contrario, la ha buscado incansablemente para apresarla, única forma de acallarla. Ahora su voz es inmensamente más fuerte y el mundo, salvo los eternos mentirosos, ha comenzado a proclamar su nombre, felicitar a la academia del Nobel y esperar la caída del dictador Nicolás Maduro y sus secuaces. ¿Cuándo? No sé, pero será pronto. Y de paso, terminará el tráfico de drogas por el Caribe. ¡Bien, María Corina!

Mario Ríos Santander

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