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Hace algunos días se hicieron públicos los resultados de la prueba Simce 2023, los cuales, de manera sorpresiva y esperanzadora, presentan evidencias de mejora en todos los niveles de aplicación. Este avance, nos obliga a reflexionar sobre los reales alcances de la evaluación.
El Sistema de Medición de la Calidad de la Educación, tantas veces resistido y cuestionado por diferentes actores del sistema escolar, ha presentado, durante los últimos años, cambios muy interesantes. Estas transformaciones han buscado equilibrar el análisis de los alcances, a través de la entrega de nueva información a las comunidades educativas respecto de variables que hasta hace poco no eran consideradas.
Los establecimientos reciben hoy un detallado informe sobre los diferentes indicadores de desarrollo personal y social, como la motivación, autoestima académica, clima de convivencia escolar, participación ciudadana y hábitos de vida saludable. Dichos factores intentan hacer justicia contra aquellas miradas psicométricas y estandarizadas de la calidad educativa. Esto, sin duda, responde a una manera de ver el desarrollo social que ha llenado de positivismo diversas dimensiones de la vida. Considerar variables emocionales, sociales y contextuales parece muy necesario e importante para intentar comprender aquellos resultados que muchas veces están condicionados por una realidad muy compleja para sus actores.
Pese a estos cambios, la preocupación mayor desde lo comunicacional sigue estando en "el puntaje", sin muchas veces articular información clave que permita comprender aquellas diferencias tan abismantes entre establecimientos. La visibilidad de un sistema educativo segregado no solo está en la diferencia cuantitativa existente entre colegios, donde la mensualidad de algunos supera el millón ochocientos mil pesos, en tanto, la de otros, promedia los doscientos mil como valor per cápita invertidos en educación.
Es cierto que estamos recuperando aprendizajes o niveles alcanzados antes de la pandemia gracias a diferentes programas de apoyo implementados por el Estado, lo que se suma al esfuerzo que cada establecimiento realiza, con un compromiso heroico e inconmensurable por promover mejores aprendizajes.
Por otra parte, las diferencias de género y socioeconómicas continúan presentes en esta evaluación. Por ejemplo, los niveles de insuficiencia en los estándares de aprendizaje de prueba de matemáticas de cuarto básico, superan el 30% en hombres y el 43% en mujeres. Estas desigualdades se profundizan en la evaluación de enseñanza media donde el 50,5% de los estudiantes (47% en hombres y 54% en mujeres) obtienen un nivel de desempeño insuficiente.
Si lo observamos desde la variable socioeconómica. los grupos de nivel bajo (237 puntos promedio) son superados en 10 puntos por los grupos medio bajo, y por más de 60 puntos respecto de los niveles altos (292 puntos promedio), manifestando la diferencia educativa a partir de los recursos económicos disponibles.
Resulta imperioso, entonces, insistir en la necesidad de continuar profundizando en programas de apoyo para el cambio de las prácticas de enseñanza, desde una concepción educativa moderna, considerando realidades psicoemocionales y sociales, donde los estudiantes sean parte activa de experiencias significativas para su contexto, promoviendo la comunicación, debate de ideas y resolución de problemas bajo la construcción de modelos diversos y flexibles, que les permitan simplemente tomar decisiones desde una mirada crítica del mundo. El hoy nos exige a pasos agigantados formar ciudadanos con habilidades y competencias cada día más complejas, bajo principios y fundamentos de inclusión y reconocimiento a la diversidad.
Samuel Pereira
Coordinador Instituto de Matemática, Física y Estadística Universidad de Las Américas Sede Concepción
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