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La Tribuna
Columnista

Crecer en el anhelo

María de los Ángeles Errázuriz

Directora ejecutiva Fundación Voces Católicas

por María de los Ángeles Errázuriz

Estamos en un tiempo de espera. Hay esperas que se viven con angustia, otras en que simplemente contamos el transcurso de las horas, pero ésta no es una espera pasiva. Para los católicos, el Adviento es una espera en acción. Es exponerse a la palabra de Dios, a recibir y mirar el cuerpo de Cristo consagrado en la  Eucaristía para que crezca el anhelo del encuentro. Es tiempo de girar en torno a Él, rumiar sus palabras, abrir los sentidos a su llegada. A mayor anhelo, mayor espacio le dejamos. Si nos atrevemos a sentir el vacío seremos conscientes de nuestra necesidad de Dios.

No es un teatro en que todos nos alegramos mirando un establo en que Jesús nació. Ese pesebre soy yo y donde nacerá es en mi propio corazón. Si me abro, si le dejo actuar en mi vida.

Es bueno detenerse y pensar en cuáles son nuestros anhelos de hoy. ¿Son las vacaciones?, ¿un posible viaje?, ¿un nuevo trabajo? Todas estas cosas son muy buenas pero no son suficientes para llenar el hambre de infinito propio del ser humano. Al menos del hombre que no ha tapado su sensibilidad con cosas y sigue conectado con su ser y con el llamado a la vida plena para la que hemos sido creados.

El Génesis comienza afirmando que la tierra era caos y confusión. Podemos pensar que tras el pecado todo volvió a ese estado, hasta que Dios se encarnó. Se abrió paso en el tiempo y la fragilidad humana y trajo la luz y la salvación.

Sucede lo mismo en nuestra propia vida. Dios se hizo hombre para ser mi luz, mi consuelo, mi alegría, mi sentido.  ¿Realmente creo que Dios es capaz de sanarme?, cómo lo hacía en los Evangelios...  ¿y creo que es capaz de esperarme a mí con ternura, a pesar de mis errores?

El nacimiento y la muerte de la vida humana son dos caras de la misma moneda. Dios se hizo hombre y entró en la incertidumbre. Fue un viaje de la infinitud a la finitud. No somos capaces ni de imaginar lo que puede significar eso. No fue dejar algo, el Todo lo dejó todo para ser uno más. La cruz fue el desgarrarse de su ser hombre para volver a la eternidad. Es demasiado grande para poder abarcarlo pero lo único claro es que fue una tremenda declaración de amor.

Ojalá nos preparemos para su llegada, nunca es tarde aunque estemos a horas de la Navidad. Cuando esperamos  la llegada de alguien que queremos, siempre buscamos que esa persona se sienta acogida, importante y que sepa que puede descansar en nuestro amor. ¡Que menos para nuestro Dios!, un Dios que promete regar nuestra tierra reseca y del que podemos decir con Isaías "Yahveh desde el seno materno me llamó; desde las entrañas de mi  madre recordó mi nombre".

María de los Ángeles Errázuriz

Directora ejecutiva Fundación Voces Católicas

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