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La Tribuna
Columnista

Una educación integral

Alejandro Mege Valdebenito.

por Alejandro Mege Valdebenito.

Se considera la salud, la educación y la economía como los principales objetivos del gobierno y, en el caso de la educación, en los últimos años, se le ha agregado la condición de ser “integral” para rescatar el verdadero y amplio sentido que tiene el concepto educación como un proceso total y continuo de incorporación de una persona, ya no solo un individuo, desde su más tierna infancia, en la sociedad en la que debe no sólo vivir, sino que también, ser capaz de convivir con otros de sus semejantes. La educación le permite así adaptarse a los  códigos y prácticas sociales de su entorno y la primera fuente de aprendizaje lo constituye la familia, tarea que continúa, para bien o para mal, el medio social y  certifica el proceso el sistema educativo formal.

De acuerdo al conocido Informe Delors (1996), la educación se sostiene en cuatro pilares fundamentales: aprender a conocer, aprender a hacer, aprender a vivir juntos y aprender a ser las que, junto a las concepciones neurofisiológicas del aprendizaje, permiten el desarrollo de diferentes competencias que trascienden las fronteras de solo lo cognitivo e impregnan las dimensiones sociales, comunicativas y afectivas que habilitan a los estudiantes para participar activa y creativamente en los diversos desafíos que tendrán que enfrentar en las distintas etapas de su vida.

Siendo la sexualidad humana un factor no considerado adecuadamente en nuestro sistema educativo, tanto que la UNESCO reconoce que son muy pocas las personas jóvenes que “reciben una preparación adecuada para su vida sexual, haciéndolas potencialmente vulnerable ante la coerción, el abuso y la explotación sexual, el embarazo no planificado y las infecciones de transmisión sexual”, el actual ministro de educación está personalmente empeñado, en un cambio de paradigma educativo, que poco se conoce de él, en un proyecto de educación sexual y afectividad (aunque se le critica que en educación existen otras prioridades) que pretende contribuir a resolver los diversos problemas derivados de una carencia educativo formativa en un área tan importante e inherente a la condición humana como lo es la sexualidad, tema que, a pesar de los avances de los conocimientos y las ciencias de la conducta permanece aún en penumbras, relegada en los espacios privados, cercada por concepciones religiosas, temores, mitos e  informaciones tendenciosas que acentúan la morbosidad en las personas, especialmente en las más jóvenes y vulnerables.

Una educación de calidad integral de la sexualidad basada en información científica pertinente, relevante en lo cultural y apropiada a la edad cronológica y madurez intelectual de la persona contribuirá a su sano e integral desarrollo.

En estos tiempos, cuando la sexualidad inundó los medios de información, se instaló en el cine, la televisión, la prensa y salió a la calle sin tapujos ni rubor; cuando los ídolos juveniles, y los no tanto, de ambos sexos salieron del closet, el programa  de sexualidad y afectividad cobra relevancia para orientar a la juventud y evitar los desbordes con consecuencias para la salud física y mental, incluso la decadencia moral, de las nuevas generaciones.

En esta materia, como en otras, pero especialmente en  educación sexual, se debe ser cuidadoso, no temeroso y los actores del sistema  educativo deben asumir la tarea de una educación en sexualidad y afectividad integral, para lograr en niñas, niños y jóvenes una vida más consciente y plena para que no resulte ser, a la postre, una tragedia no solo personal y familiar, también social.

Madres y padres, profesoras y profesores estarán, sin duda, a la altura de la tarea que les compete,

Alejandro Mege Valdebenito.

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