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Columnista

Unidos para decidir

Alejandro Mege Valdebenito.

por Alejandro Mege Valdebenito.

La democracia es el único sistema capaz de reflejar la premisa humanista de equilibrio o balance. La clave de su secreto es la participación ciudadana. John Ralston Saul.

Cada vez que viajo hacia el norte de la cuidad, antes de descender hacia el río Huaqui, miro hacia la izquierda y me parece ver la imagen de la vieja escuela de madera, desaparecida hace mucho tiempo, donde cursé mis dos primeros años de educación primaria; cierro los ojos y las imágenes que guardo en un rincón de la memoria cobran relieve, incluso creo ver rostros y escuchar risas de niñas  tomadas de la mano girando alegres en una ronda incansable o a niños que, entre gritos, se disputan una aporreada pelota de trapo en medio de la polvareda que levantan al correr y, en un lado de la  cancha de tierra mirando la escena, se destaca la figura pequeña pero nunca ajena y siempre alerta de la única profesora de la escuela, siempre presente, guardadora y orientadora del orden y el respeto mutuo, formando hábitos de respeto y convivencia pacífica, incluso más allá del ámbito escolar. Me pregunto: ¿Será que mientras más avanzan los años, son más nítidos y los recuerdos del pasado? o ¿Es un oasis que permite  sustraerse a la realidad del presente?  Una realidad caótica, insensible  y frustrante, donde el cambio, la incertidumbre y la sinrazón de la acción humana, que de humana ya  tiene muy poco, son el pan de cada día y que, aún a pesar de vivir entre muchas personas, a veces se siente más la soledad de la amistad y del real valor de la vida, consecuencia del individualismo y la competencia, a veces despiadada, para vivir satisfaciendo  las ansías de tener (es la codicia, dice el Papa Francisco), más  que el ser persona.

Al redactar lo que escribo, asumo que pueda haber algunos a quienes no les  interese que  los valores de amistad, los sentimientos de pertenencia a una comunidad o de preocupación por lo que suceda a otros, puedan ser importantes en la convivencia de la sociedad, cuando el materialismo y el racionalismo sin matices prevalecen sobre todo lo pueda oler, aunque sea a la distancia, a valores como la solidaridad, la fraternidad, la confianza  y la paz social, cuando a cada paso que damos nos sale al encuentro la cruda realidad, cargada de temor y desconfianza, más cuando, según la encuesta Criteria (julio 2022) casi el 90% de la población considera que el país vive en un alto nivel de violencia. Aun así, y a pesar de todo, hay ejemplos de que es posible, con esfuerzo y compromiso ciudadano, superar las dificultades y reconstruir las confianzas y ser de verdad y no solo en el discurso, un país de todos, unido bajo un mismo cielo, pisando sobre un mismo suelo, desde mar a cordillera y desde el desierto cobrizo del norte al hielo milenario del sur, junto a las islas que prolongan nuestro territorio hacia el mar patrimonial, territorio que no es de nadie en particular, que es de todos quienes lo cuidan y lo quieren; que no lo pueden destruir porque es indivisible y constituye un patrimonio común que debe resguardarse íntegro y protegido, necesario  para construir en unidad nacional un mejor  futuro para nuestros hijos y de sus hijos. Para lograrlo tenemos que recordar el pasado, la historia que nos antecede, con sus luces y sombras, con sus penas y alegrías, con sus triunfos y sus derrotas, con sus pequeños momentos íntimos o grandes y sublimes acontecimientos nacionales y rescatar todo cuanto nos sirva para seguir construyendo un mejor país donde nadie puede sentirse lejano o ajeno.

Como país tenemos hoy el momento histórico de pronunciarnos de manera libre, ilustrada y consciente, sin consignas ni presiones,  sobre la Nueva Carta Magna, que es el marco constitucional que regirá nuestras vidas por muchos años, constituyéndose en el más grande de los desafíos y compromisos republicanos que cada uno debemos asumir sin que nuestra indiferencia o apatía, nuestro estado de confort o enclave ideológico, nos impida unificar las diferencias y abrazarnos como hermanos, hijos de una misma patria, responsable de su mejor destino.

Alejandro Mege Valdebenito.

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