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La Tribuna
Columnista

La necesidad del pasado

Mario Ríos Santander

por Mario Ríos Santander

Recordábamos aquella máxima indígena que se expresa, a propósito de uno de los tantos debates surgidos de la emancipación andina presente en algunos países latinoamericanos desde un par de décadas: La única verdad es lo que ha ocurrido.

Más al sur, cercano a Puerto Montt, se eleva majestuoso un alerce milenario. Estimamos en 3.500 años su vida. En su sabia, ¿no estará ahí el secreto de la vida? Me asombro observar un ser vivo que nacía en tiempos de Tutankamón, el más poderoso y famoso faraón del antiguo Egipto, allá por el año 1350 a.C. Mismo tiempo de marcha judía impulsada por Moisés. Me recordó que, algún tiempo atrás, ironizaba con El Nilo y su légamo. El légamo del Nilo hizo que naciera la burocracia y de ella se colgaran los políticos de hoy. Todo ello a partir de una verdad. Era y es tan productiva la tierra que en el invierno baña el Nilo, que no fue necesario que todos los egipcios trabajaran en procura de obtener el alimento. Nacieron ahí los prescindentes, personas que no necesitaban trabajar porque la comida se la proporcionaban otros. Y los prescindentes formaron un Estado con el afán de hacer creer al resto que debían defenderlos. Y ahí están. Ocurrió y es verdad.

Sin embargo, los asuntos de la verdad en torno a hechos ocurridos algo más sencillos, más cercanos y que están en la piel de nuestra nacionalidad, adquieren hoy más trascendencia. Por razones diversas, la suma de verdades se dio por olvidadas o distorsionadas, llevando las cosas a niveles de tal complejidad que, los más jóvenes, activistas de estallidos semanales, aplausos convencionales y vocerías destempladas, le dieron al odio, sentimiento que se anida rápidamente en tales menesteres revolucionarios, el carácter de acción mesiánica. Esta actitud, la del Mesías, que es la máxima expresión orientadora de un nuevo mundo, nueva vida, tiempo de pensamientos diferentes, verdades que serán parte de la esencia de la persona, en fin, sentido primario, original, esencial, se ha visto envuelto en el afán de los mas jóvenes de ser ellos, Mesías de hoy, es decir, la historia terminó ayer.

Hay agrupaciones políticas que por estatutos son Mesías. Pero aquellos más independientes, ajenos al pasado, asumieron tal condición y no oyen a nadie. A sus padres también se les olvidó el pasado y los mesiánicos partidistas, con mayor razón.

Alguien me comentaba que hay que organizar un seminario del pasado, pero clandestinamente para darle un carácter de complot y, de esa forma, entusiasmar a los jóvenes en su asistencia. ¿Tan lejos se ha llegado? Pero aun así, hay que emprenderla con la historia. En estricta verdad, el llamado hombre nuevo no existe. Basta ver aquel alerce para convencerse que en la naturaleza de las cosas se encuentra lo permanente. Si no fuese así, el cristianismo no existiría ni los indígenas lucharían por derechos ancestrales, y mas cercano aún, el Quijote ya no estaría entre nosotros.

Entonces, ergo, venga la historia. Conoceremos de construcciones eternas, otras mas recientes y, las más, de antes de ayer que fueron motivo de santos, sabios, científicos, humanistas, todos con el mismo afán, cuidar de la humanidad y su entorno.

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