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Columnista

Investigación a Renato Poblete

La Tribuna

por La Tribuna

Los

resultados de la investigación encargada por la Compañía de Jesús, y tal como

los dio a conocer el Provincial P. Cristián del Campo, confirman prácticamente

todo lo denunciado por la teóloga en contra de Renato Poblete. El sacerdote, ya

fallecido, llevó una doble vida perfecta, a pesar de la gran actividad

desplegada día a día, se dio maña y tiempo para tener una sórdida vida en

paralelo. Él fue mi profesor, por lo que durante dos años lo vi frecuentemente,

y eran tantas sus actividades que me resultaría imposible no preguntarme a qué

hora cometía sus fechorías; sin embargo, el tiempo se lo hacía.

Pero

el crimen perfecto no existe y más de alguna vez algunos cercanos dijeron que,

alguien le había contado algo, que no hicieron mucho caso, que no creyeron, que

quién iba a imaginar algo así; es decir, un encubrimiento por desinterés,

curiosamente, por desinterés a sorprenderse o indignarse por los pecados contra

el sexto mandamiento. Raro, considerando la fijación clerical con ese pecado

cuando un pobre laico peca; pero también la benevolencia con que se juzga a un

hermano clérigo, aunque se trate de horrores.

La

comisión de estos delitos comenzó a inicios de los 60. Son los tiempos del

Concilio Vaticano II y del posconcilio. En esa época los sacerdotes se

enamoraban y abandonaban el estado sacerdotal, eran buenos maridos y buenos

padres, y la Iglesia prefería dejar a los laicos sin atención pastoral y

sacramental antes que tener sacerdotes casados. Hoy ya sabemos en lo que

terminó uno que, no teniendo vocación alguna, se quedó dentro del clero y se

hizo una fama de hombre con un inmenso contenido apostólico, un Alberto Hurtado

II.

Pero

hay algo mucho peor.  Aunque sea pecado

dudar de la fe ajena, en este caso es evidente que fe no hay, la prueba

explícita es la conducta del hechor; no hay ningún respeto -más bien burla-

contra las prescripciones eclesiásticas sobre el sexo y el celibato. Algunos

intentarán hacer un diagnóstico psicológico o psiquiátrico para eximir de culpa

y pena. Otro, sacando argumentos teológicos y religiosos, sostendrá que todos

somos pecadores. Por supuesto que sí, pero hay cosas que yo no haría.

Pero

se cayó todo. Gracias a Dios. Si no, hubiéramos comenzado el proceso que

culminaría con la canonización del referido sujeto. Miles habrían declarado

todo el bien que les hizo la obra social del Padre Hurtado llevada a su máxima

expresión, como obra de este varón. Se le hubiera asociado un rol fundamental y

relevante en todas las obras, que desde los años 60 hasta su muerte, efectuó la

Compañía de Jesús, un verdadero epítome. Hubiésemos estado orando ante su

imagen y supondríamos que por sus méritos y virtudes podría interceder mejor

ante Dios. Un verdadero paradigma y arquetipo para los jóvenes jesuitas. Pero

el miércoles 31 de esta semana celebramos a San Ignacio, un santo de verdad que

fundó a la Compañía y, todo indica, que todavía la cuida.

Rodrigo Larraín

Sociólogo y académico

Universidad Central

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