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Columnista

Más garrote que zanahoria

La Tribuna

por La Tribuna

Hace unos días, en una amable invitación a servirnos

un café, recordamos, con quien fuera alumna de una escuela pública de Los

Ángeles, a las profesoras de aquel entonces, ella con su experiencia de

estudiante y la distancia del tiempo; yo con la del profesor recién llegado

después de haber laborado por 20 años en una escuela rural, experiencia que

atesoro por que aprendí y viví el significado, así como la responsabilidad y el

desafío de ser profesor en situaciones difíciles, donde pude valorar el

esfuerzo de niñas y niños de familias obreras y campesinas para salir de su

limitada condición de una vida con un futuro de inciertos horizontes.

Desfilaron en esa cordial conversación las figuras

de las profesoras de la escuela urbana de nuestro recuerdo los nombres de

maestras comprometidas profesional y humanamente con su tarea de educar, como

lo eran, hace más de tres décadas, Yolanda, Lía, Norma, Gloria, Lucía, Imilse,

Isaura, Raquel, Carmen, Jovita... y otras cuyos nombres se nos esfuman pero cuyas

imágenes perduran en nuestras recuerdos y, sin duda, en el de las alumnas que

aprendieron de ellas.

Hoy, profesores y profesoras como aquellas se

encuentran viviendo la metáfora de la zanahoria y el garrote por parte de las

autoridades de turno: por un lado, poco o ningún incentivo laboral,

desconocimiento de los beneficios legales alcanzados, legítima y justa

recompensa por la importante labor realizada y, por otro, presión y amenazas

para que abandonen la movilización que tiene detenida a la gran parte de la

educación pública. Para quien tiene el poder (el garrote) siempre resultará

mejor por cuanto no tiene que comprometer mayores recursos, aunque sea a costo

de los actores de la educación que requiere la población más vulnerable y se

desliga de la responsabilidad que le compete transfiriéndola al gremio

paralizado y usa la amenaza de descontar los sueldos de los profesores (garrote

de nuevo) para lograr que los profesores, por no contar con los recursos para

atender las necesidades de sus familias, desistan de lo que los hace realmente

libres y dignos de su profesión. Este hecho nos hizo recordar una carta que en

abril de 1968, el director de la Escuela Normal de Angol, hizo llegar al intendente,

respondiendo, de manera respetuosa pero firme, a las instrucciones de descontar

de su sueldo a los profesores los días que no habían asistido a realizar sus

clases. Escribió: No me prestaré a ser instrumento de quienes desean acorralar

a mis compañeros y por ningún motivo pondré mi firma sobre documento alguno que

hiera los intereses de mis colegas. Y continúa: Tengo una doble obligación

como maestro; conmigo mismo y como formador de maestros, y quisiera que la

imagen que ellos tengan de mi sea digna de recordarse con afecto. Termina su

carta, negándose a cumplir las instrucciones recibidas, que considera injustas:

Y, cuando firmo esta declaración, miro a mis hijas y pienso que, a lo mejor

serán ellas las sacrificadas con mi actitud, pero sólo aspiro como padre que se

sientan orgullosas de mi proceder tanto privado como público.

Un ejemplo de consecuencia personal y profesional

como la de muchas de las profesoras y profesores de la educación pública que se

han movilizado y que quieren volver a clases -de eso no tenemos ninguna duda-

pero que, por dignidad, se resisten a ser descalificados y ninguneados por la

autoridad y menos por quienes nunca han pisado una sala de clases ni palpado la

realidad de una olvidada escuela pública.

Alejandro

Mege Valdebenito.

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