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Columnista

La muerte de Jesús y la de Sócrates: morir por la verdad

La Tribuna

Más de alguna vez se ha dicho que en la historia hay dos muertes extraordinarias, la de Sócrates y la de Jesús de Nazaret. La Semana Santa nos habla de la muerte de Jesús.

por La Tribuna

Cualquiera que conozca la figura de Sócrates convendrá conmigo en que su muerte fue un supremo acto de consecuencia e integridad. Su aceptación de la sentencia de muerte muestra no sólo que fue voluntaria, consciente y libre, sino, sobre todo, que no fue una muerte resultado de un improvisado heroísmo. Sócrates murió así, como indica en su Apología, porque con su muerte ponía un sello indeleble a todo lo que defendió y asumió en su vida. Pudiendo traicionar eso, decidió ser fiel a sí mismo hasta el final. Y su muerte se transformó en un paradigma, modelo de conducta consecuente. En otras palabras, en un testimonio (“martirio” significa testimonio judicial) de la verdad que siempre sostuvo y defendió.

La muerte de Jesús de Nazaret es aún más conocida. Los relatos de la Pasión y su serena comparecencia ante los tribunales de las autoridades judías y romanas muestran la misma actitud que Sócrates: no traicionaría la verdad que siempre proclamó y vivió. La muerte de Jesús tampoco fue un arrebato de heroísmo improvisado. Era la fidelidad a sí mismo.

Esta forma de morir impresiona profundamente a cualquiera. Es lo que en el fondo quisiéramos ser, pero sabemos que probablemente no tenemos esa talla. Y por eso suscita máxima admiración, y profundo respeto y reconocimiento.

Ahora bien, hay una diferencia radical entre ambos hombres históricos: aunque ambos serán recordados como máximamente consecuentes, sólo uno será testimoniado por sus seguidores como realmente vivo. La resurrección de Jesús es un testimonio que se apoya en la credibilidad de sus testigos, los apóstoles. Ellos, de traidores (no sólo Judas) y miedosos, pasaron, prácticamente de un día para otro, a arriesgar sus vidas y finalmente a morir por ese testimonio: de que Jesús de Nazaret, el mismo que murió realmente en la cruz romana, está ahora vivo, resucitado. La muerte consecuente de hombres y mujeres corrientes (que temen y no buscan morir) hace razonable, y por eso creíble, su testimonio.

La resurrección de Jesús hace verdaderas sus promesas de vida para todo el que acepta ese testimonio. Nadie da su vida por un mero muerto. Al fin de cuentas, y esto une a Jesús y Sócrates, la verdad es el punto y quicio en que se juega todo: una filosofía, una religión, un testimonio, unas promesas. Alguien dijo una vez, "si no tienes religión, te propongo una: la verdad". La verdad, finalmente, sólo se la percibe en el testimonio de la muerte de quien dice haberla alcanzado, o mejor, siguiendo a Ambrosio de Milán, haber sido alcanzado por la verdad misma.

Dr. Juan Carlos Inostroza

Académico Instituto de Teología UCSC

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