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Columnista

He aquí un téngase presente

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Prof. Juan Manuel Bustamante Michel, presidente de la AFDEM Los Ángeles

por La Tribuna

Al igual que las personas –o que todo ser vivo, para ser más preciso–, las organizaciones sociales del tipo que sean (incluidas las educativas, ¡qué duda cabe!) nacen, crecen, se consolidan, envejecen y mueren; razón más que suficiente, esta, para que los líderes de las mismas monitoreen, y de manera permanente, la calidad de sus climas internos, atendidos sus fines y objetivos específicos.

Sobre este particular, sirva tener en cuenta que las prácticas o fuerzas de retardo que pueden llevar a que una organización social se enferme y, eventualmente, decline y muera –¿por qué no? – son, entre otras, la “estereotipia”   (encasillamiento ad eternum de los individuos en determinados roles), la “lucha por el poder” (permanente rivalidad y oposición a todo lo que se proponga por parte de otros pares concurrentes), la “discriminación” (marginación a priori de todos aquellos que escapan a estereotipos arbitrariamente preconcebidos), la “descalificación” (formas de degradación como la ironía y la burla abierta o encubierta hacia quienes no forman parte de ciertos círculos de influencias), el “abuso de poder” (uso exacerbado y patológico de la autoridad en pro del sometimiento de terceras personas) y/o la “instrumentalización” (utilización de ciertos miembros de una organización social con el fin de alcanzar o mantener ciertas cuotas de poder).

Prácticas todas estas que por lo general terminan normalizándose al interior de las organizaciones sociales: a) ya por el eterno temor con el que cargan los individuos de perder sus trabajos por aquello de atreverse a denunciarlas y ser considerados sujetos conflictivos e inconvenientes para la organización; b) ya por la minimización de las mismas por parte de la autoridad, quien desde una mirada a lo mejor simplista a conveniencia –puesto que no hay peor sordo que el que no quiere oír ni ciego que el que no quiere ver–, las reduce a meros comentarios de pasillos, como en no pocas oportunidades se ha escuchado decir de boca de estas allí en donde ejercen el poder.

Desde luego, la situación de fondo tiene que ver con que en el plano estrictamente educativo, tales prácticas, manifestaciones conductuales o fuerzas de retardo –unas más que otras– no se han hecho esperar para marcar presencia, toda vez que, seducidos por la sensualidad del poder, muchísimos directores de establecimientos educacionales, junto a sus equipos de confianza, como nos lo refiere la evidencia empírica existente –que de pronto es bueno ubicar y leer–, sucumbiendo al embrujo y magnetismo del mismo, se han encargado de instalarlas como inherentes a su quehacer cotidiano, a sus prerrogativas de cargo, y ello, en desmedro tanto de los climas organizacionales y pedagógicos de los centros educativos, como de la calidad de la enseñanza y de los aprendizajes de los estudiantes; realidad factual que finalmente ha redundado en que del total de la población escolar existente, en esta comuna, por ejemplo, sólo el 30 por ciento permanezca en la educación pública, en tanto que el 70 por ciento lo haga en la privada.

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