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Columnista

La sociedad y la discapacidad

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Maricarmen Torres A., relaciones públicas de Yumbel

por La Tribuna

Resulta evidente que a pesar de tantas e interesadas efímeras peroratas venidas desde distintos espacios de nuestro quehacer –atuendos alusivos, compungidas alocuciones, testimonios familiares, etcétera–, la discapacidad en nuestro país se ha mantenido en gran medida invisible a la agenda de desarrollo y de sus reales procesos.

Nuestra legislación vigente señala que una vez promulgada una ley, pasa a ser ley de la República, por tanto se debe aceptar y conducir en todos sus términos. Desde el año 2010 impera la jurisprudencia número 20442, que indica una serie de facultades que permitirían a personas con distintos grados de minusvalía insertarse de manera más igualitaria en una sociedad que también les pertenece. Pero desgraciadamente este estatuto legal no siempre se ha respetado. Será porque considera muy poca sanción o simplemente no existe penalidad, por tanto, no importa no acatarla. Algo de ejemplo: personas de buena voluntad cargando a minorados físicos para que accedan a algún servicio público que solo cuenta con escaleras. Bingos o rifas para comprar medicamentos, prótesis o sillas de ruedas, o para mitigar la urgente asistencia de algún especialista y etcétera. Como dijo el escritor español Francisco de Quevedo “…y muchos gentiles y cristianos que son en los etcéteras humanos…”.

¿Podríamos apreciar, entonces, de que se trata de un deterioro social donde nuestra sensibilidad humana venida de todas las esferas de poder y de organizaciones ad hoc, se aleja peligrosamente de nuestro diario vivir? La discapacidad no es lo que nos hace difícil la vida, sino los pensamientos, la compasión simulada  y tantas acciones que superan la racionalidad humana. ¿Nos hemos detenido a pensar que la compasión solo incumbe miedo a la diferencia? ¿Podremos entonces modificar actitudes y conductas que fomenten la estigmatización de nuestras personas minoradas? ¿Seremos capaces de derribar barreras y estereotipos? ¿O definitivamente no estamos culturalmente aptos, o no se nos hace necesario integrar a un impedido?

¿Sabía usted que las personas discapacitadas constituyen la minoría más numerosa del planeta?  Solo en Chile –según estadísticas del año 2015– el 17% de la población, es decir, dos millones 836 mil 818 personas, tienen algún grado de minusvalía, cifras que según el último censo obviamente se ha acrecentado.

Ser iguales no significa ser idénticos, por tanto, la diferencia es un valor social incomparable. Por tanto, tratemos de intentar cambiar nuestro devenir social, tratemos de adaptarnos a sus necesidades, especialmente de nuestros niños, pues ellos ya no esperan ser sanados, sino comprendidos. Intentemos, entonces, reafirmar nuestra voluntad de aceptar la discapacidad como parte de la diversidad humana. No nos identifiquemos con una cita del estadounidense Scott Hamilton: “la única discapacidad en la vida es una mala actitud”.

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