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La Tribuna
Columnista

Yumbel y el sentido religioso

Leslia Jorquera

Salvador Lanas Hidalgo, director académico de Escuela de Liderazgo Universidad San Sebastián.

 

por Leslia Jorquera

¿Y qué añade el fervor popular religioso? Una dimensión del espíritu  humano adherido a la piel y al corazón.

 La festividad de San Sebastián celebrada con fervor religioso y popular es un buen aliciente para reflexionar sobre la religiosidad en el ser humano.  ¿Dónde radica esa tendencia por poner la mirada en algo sobrenatural? ¿Es algo inherente a la naturaleza humana?  ¿Es parte de su espiritualidad esencial o una creación inevitable de su paradoja existencial?

En nuestra cultura ha sido una preocupación mayor y se ha distinguido desde sus inicios, entre la religión y sus ritos litúrgicos y la especulación filosófica o la teoría teológica. Tanto Platón, el idealista, como Aristóteles, el empirista,  creen en los dioses; pero desde el pensamiento, para el primero hay un principio ordenador o Demiurgo, mientras que para el segundo existe un Primer Motor inmóvil que mueve el universo.

Algo similar sucede en el mundo romano. Para Cicerón, el filósofo político, hay un Numen  o inspiración que todo lo preside, en tanto para Séneca, el filósofo moral, el concepto de dios, que es unidad, está en íntima relación con el ser y el obrar humanos. Con la irrupción del cristianismo y su verbo encarnado, acontece un nuevo paradigma en las creencias y en la vida práctica; la fe se convierte en un estilo de vida y dios es personal. Durante siglos se vivió esta  mirada.

Tomás de Aquino inaugura una variante fundamental que es distinguir la razón de la fe y la convicción de que el ser humano puede con la sola luz natural de su entendimiento, conocer todas las verdades del universo, incluido dios. 

Siglos después, Rousseau cuando contesta la condena de su obra El Emilio, sostiene, con una mirada más secular,  que en el espíritu del ser humano, anida la idea sublime de un dios y eso se manifiesta en todas sus obras. El empirista por excelencia, David Hume, sostiene que toda la organización de la naturaleza nos revela un autor inteligente y nadie que reflexione puede dudar seriamente de los principios primarios del monoteísmo y la religión.

Más radical es el filósofo español contemporáneo  Zubiri, quien señala que el ser humano tiene  en su estructura entitativa una tendencia teologal, una disposición natural a indagar por un ser superior, independiente de las creencias. 

Todo ser humano es libre de creer o no y su dignidad no radica en eso; su grandeza es su humanidad esencial. Y ¿da lo mismo o es legítima cualquier creencia? Es válido creer en el mal de ojos o en que las cartas pueden anunciar tu destino e incluso se puede rayar la papa en la noche de San Juan. Sin embargo, hay creencias que pueden determinar una cultura completa. La Cristiandad se establece a partir de las creencias y ha provocado muchas de las mayores grandezas de la humanidad. El arte, la filosofía y las ciencias se nutren de las creencias que son pasadas por el cedazo del espíritu humano y nos deleitamos con una pieza musical de Bach, con un poema de Huidobro o admiramos la Escuela de Atenas de Rafael Sanzio.

¿Y qué añade el fervor popular religioso? Una dimensión del espíritu  humano adherido a la piel y al corazón y  aunque provoque algunos excesos, es una muestra clara del deseo y de la sed de infinito que posee la naturaleza humana, manifestada en su riqueza personal individual y colectiva.

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