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La Tribuna
Columnista

El rencor no puede envenenarnos

Cristian Delgadillo Rosales

Hemos de ser audaces y sin desfallecer hemos de navegar tierra adentro, para que todas las culturas se hallen en esas aguas profundas donde todo es más verdadero.

por Cristian Delgadillo Rosales

Para cualquier ser humano, la vida ha de tomarse como una misión a resolver en comunidad, puesto que nada por sí mismo podemos hacer. Sólo manteniéndonos unidos podremos transmitir a las generaciones futuras un planeta más habitable, más social y más seguro. Ojalá algún día desaparezcan de la faz de la tierra los sembradores del odio y la venganza, los espíritus cautivos del mal, las necedades de los individuos, para llevarnos hacia otros estilos de vida más auténticos y responsables. Realmente, me causa pavor este mundo de negociantes, sin escrúpulos, insaciable, corrupto a más no poder, que no acierta a extender la mano, ni sabe llorar con los que lloran. Cuánta tristeza hay en los excluidos, pero también cuánto endiosamiento injertamos a la hora de querer subirnos al carro de los triunfantes. Ante este panorama absurdo y cruel, la lucha por la verdadera justicia es inevitable. Es tiempo de mirar a nuestro alrededor y de actuar con clemencia. No pongamos más grilletes a la aurora. Despertemos aplacando, avivemos otros horizontes más indulgentes, despojados de toda falsedad, pues más allá de las apariencias es como se construye la paz, pues ya debieran empezarnos a cansar las repetitivas situaciones de enfrentamientos sin sentido.

Miremos nuestra propia historia de irracionales vencedores y vencidos, cuando uno debiera vencerse a sí mismo, y ser más amor que guerrero. No puedo creer que continuemos activando inciviles momentos de otro tiempo. Sirvan esos memorandos históricos para un cambio de actitudes. Ganaremos armonía si somos más comprensivos. Ciertamente, ha llegado el momento de llamar a la unidad, de convivir sin reproches, de aceptar otros caminos más esperanzadores y justos.

Frente al momento actual, y a pesar de los diversos frentes terroríficos abiertos, hemos de ser audaces y sin desfallecer hemos de navegar tierra adentro, para que todas las culturas se hallen en esas aguas profundas donde todo es más verdadero. El miedo no puede paralizarnos. Activemos nuestro propio valor, y desde esa valentía inherente a cada cual, no habrá tormenta que nos pare. Cada día es un nuevo engrandecerse, para buscar la respuesta verdadera a tantas preguntas, más allá de los ideológicos esquemas mundanos. Movilizarnos es de humanos e indudablemente un camino de desarrollo interior, en antítesis a la tendencia actual del individualismo consumista que termina aislándonos en la búsqueda del bienestar al margen de los demás. En consecuencia, no nos dejemos asfixiar por las contrariedades del camino, es menester muchas veces hacer silencio para poder discernir, en otras ocasiones será preciso alzar la voz para penetrar en los corazones, y por siempre interroguémonos sin distracciones, cuando menos para superar la oposición del maligno. Desde luego, una sociedad bárbara, dominadora y sin principios, todo lo destruye sin importarle nada, pues se construye en el odio y se levanta en la venganza. Sea como fuere, no tiene sentido vengarse, ya que uno se asemeja de este modo a su enemigo. Lo mejor, lo más saludable para nuestros propios salones interiores, es reconciliarse con uno mismo y sus análogos, verse con otro talante distinto, siempre conciliador. No caigamos en la tentativa de lavar con sangre, la misma sangre derramada, tomando así la revancha como abecedario. Desertemos del ojo por ojo, diente por diente.

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