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Columnista

En la cabeza de Cristina

Leslia Jorquera

Mario Ríos Santander

por Leslia Jorquera

Chávez, le había dicho que “regalar, invertir, financiar, como quieras decir Cristina, te hace fuerte. Y si lo haces en países pequeños, mejor porque el voto de ellos en la OEA y otras instancias, vale igual que el tuyo”.

Recuerdo aquella imagen de Cristina, alabando a Camila Vallejos. “Eres una niña linda que luchas, al igual que nosotros, por el pueblo”. Expresaba desde un balcón de su residencia presidencial en Buenos Aires. En un jardín interior, se habían reunido personeros de Latinoamérica. Su marido, que había logrado la Secretaría General de Unasur, gracias al apoyo brindado por el Presidente chileno, Sebastián Piñera, había fallecido semanas antes y Cristina, de una soberbia absoluta, resolvía tomar la posta continental. Ya sabía que Chávez, sufría de un cáncer terminal cuya única consecuencia era la muerte, Lula, en Brasil, que se encargaba de repartir dinero sucio por todas partes, no había logrado superar los externos llanos brasileños que lo obligaba preocuparse permanentemente, del interior de su país. Correa en Ecuador, era un “líder pequeño”, de un estado pequeño, por tanto no tenía peso internacional. Sólo quedaba ella. Argentina, buscaba otra Evita y su buena estrella la ubicó en el momento oportuno. Entonces había que actuar.

Chávez, le había dicho que “regalar, invertir, financiar, como quieras decir Cristina, te hace fuerte. Y si lo haces en países pequeños, mejor porque el voto de ellos en la OEA y otras instancias, vale igual que el tuyo”. Entonces Cristina, que no era ni ideóloga, menos, estadista, tampoco líder natural, resolvió repartir dinero. Para ello, debía formar una caja sólida Y comenzó la tarea. Julio de Vido, alma de forajido, fue el escogido para reunir el dinero. Y llevaron dinero. Se escondieron en conventos, casas particulares, construyeron en Salfate una bóveda enorme para guardar en billetes unos 1.000 millones de dólares. La idea era no dar luz ninguna en el sistema financiero. Todo escondido. Y se guardó todo. Todo, menos una libreta maligna que se quedó en los bolsillos de un chofer que, por esas cosas tan propias de los argentinos, desprovistos de todo, contrataron, para ser una suerte de “Prosegur” criollo, sin necesariamente pintar amarillo su carrocería.

Y la libreta, daba cuenta de US$ 200 millones que fueron a parar a la casa de Gobierno. En su interior, Cristina, con esa sonrisa cautivadora, que volvió loco a Néstor Kirchner, percibía el liderazgo americano. Había suficiente para comprarse a cuanto político estuviese disponible en este continente. Las muchachitas bonitas, también eran consideradas y aquellos viejos marxistas, incapaz de ganarse un peso trabajando, estaban al acecho. Sin embargo, la libreta sólo tenía información de sus fletes, no de otros. Cristina por su parte, recogía millones de dólares que, sumados a los de Lula y Hugo Chávez, constituían una fuerza imparable.

Acompañé al Presidente Aylwin a Buenos Aires. Al llegar al hotel, un chileno se presenta al canciller Silva Cimma. “Por favor conozcan mi problema”. Estaba desesperado. “Vendí acero a las FFAA argentinas y por ser ‘material estratégico’, se me dijo que no había documentación. Pues ahora me dicen que debo cancelar el 50% de coima para que me paguen. Me quebraron”, terminó casi llorando. Silva Cimma se apiadó, “haremos alguna gestión. Tiene algún documento?”. Le entregó papeles que daban cuenta de acero ingresado a Argentina. Supe que le cancelaron.

Así funciona Argentina y es aceptado. Pero, ¿Cristina ahora se salvará?

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