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Leslia Jorquera

Max Colodro, director del Magíster en Comunicación Política y Asuntos Públicos Universidad Adolfo Ibáñez.

por Leslia Jorquera

El gobierno de Sebastián Piñera parece dejar atrás las bondades propias de la instalación y comienza a enfrentar los desafíos de un ciclo político donde la desafección y las débiles expectativas de la gente, son una constante.

Las encuestas conocidas en los últimos días confirman que Sebastián Piñera y su gobierno han comenzado a perder respaldo y a sumar desaprobación. Las cifras coinciden en que el apoyo está descendiendo del umbral psicológico de la mayoría absoluta, ubicándose en 49%, luego de caídas fuertes que en algunos estudios superan los diez puntos en el último mes. Asimismo, el informe mensual de Adimark destaca que entre marzo y julio la desaprobación habría aumentado de 25 a un 43%.

Entre los elementos que permiten dilucidar las causas de esta caída se encuentra un dato interesante aportado por Cadem: Sebastián Piñera no ha bajado de manera significativa en la evaluación de sus atributos personales, lo que supone un castigo más bien focalizado en la gestión del gobierno que en el ejercicio de la autoridad presidencial. En efecto, dicha encuesta confirma que la desaprobación del gabinete aumentó 20 puntos sólo en la última semana, pasando de un 35% a un 55%, avalando la idea de que el acelerado deterioro está vinculado a los errores políticos y comunicacionales cometidos por integrantes de su equipo ministerial.

En fin, el gobierno de Sebastián Piñera parece dejar atrás las bondades propias de la instalación y comienza a enfrentar los desafíos de un ciclo político donde la desafección y las débiles expectativas de la gente, son una constante. Y es precisamente en ese cuadro, al que se agregan niveles no menores de polarización, donde el desafío de la gestión política y comunicacional se vuelven determinantes. La Moneda ha desplegado en estos primeros meses una agenda ambiciosa, pero más bien dispersa y carente de lineamientos estratégicos visibles. Es cierto que los gobiernos deben responder a desafíos en todos los frentes, pero las prioridades que le dan una identidad y un sello no pueden ser más de tres o cuatro. De lo contrario, su impacto político se diluye y su base de sustentación tiende a debilitarse. Ese es el efecto que el gobierno está comenzando a encarar.

En un contexto mundial de enorme deterioro político, las cifras de respaldo que todavía exhibe Sebastián Piñera están lejos de ser negativas. El problema es la tendencia, las razones que la explican y la capacidad para enfrentarla. El Mandatario tiene ya un gabinete desbalanceado, que incluye ministros que sacrificaron muy rápido buena parte de su credibilidad y capital político. Cómo se abordará ese dilema y cuál será el diseño para afrontar esta nueva etapa con expectativas a la baja, son claves donde el gobierno se jugará una cuota importante de su éxito o fracaso final.

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