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En el año 2005 el sociólogo chileno Eugenio Tironi identificó en Chile señales que revelan la necesidad de una sociedad más humana y acogedora.
Nuestra sociedad está basada en el concepto de la individualidad y competencia, estamos convencidos de que nuestros objetivos y nuestra felicidad dependen sólo de nuestro esfuerzo, hemos sido educados tanto en el colegio y muchas veces en nuestras familias para competir con las personas que nos rodean. Así no es extraño escuchar frases como “esfuérzate para ser el mejor”.
En términos sociales el fenómeno es el mismo, los barrios se han transformado en aglomeraciones urbanas que se extienden indefinidamente y en que la vida cotidiana se privatiza, se han dejado de lado los espacios comunes, los parques y las plazas del barrio se han sustituido por el mall. Ante esta erosión del sentido de pertenencia (Brunner 1998), las personas confiarían sólo en círculos reducidos de parientes y amigos.
No obstante múltiples estudios hacen referencia a que esta clase de sociedad está perdiendo el sentido para nosotros, ya en el año 2005 el sociólogo chileno Eugenio Tironi identificó en Chile señales que revelan la necesidad de una sociedad más humana y acogedora, que invite al éxito pero que proteja ante el fracaso y el aislamiento.
Ante este panorama la colaboración entre los seres humanos emerge como una alternativa plausible para recuperar lo que hemos perdido, esta colaboración puede ser posible desde las instituciones fundamentales de nuestra sociedad: la familia y la escuela. Desde la escuela modificar las metodologías de aprendizaje es una vía para educar en la colaboración, los métodos de aprendizaje colaborativo ofrecen la oportunidad de aprender mediante un proceso gradual en el que cada uno de los niño/as se sienten comprometidos con el aprendizaje de los demás, lo que crea una interdependencia positiva que no implica competencia entre ellos. Se caracteriza por la interacción de sus miembros y el aporte de todos en la generación del conocimiento, donde la autoridad es compartida y se acepta la responsabilidad del trabajo, respetando el punto de vista del otro para juntos propiciar un conocimiento nuevo, Johnson y Johnson (1998, p. 1)
Comprender la colaboración nos permite entender cómo se puede generar y de esta forma inculcarla como una manera de relación para nosotros y nuestros hijos. Autores que ven en la colaboración una manera de aprender y apoyarnos destacan que para que haya colaboración deben existir ciertas condiciones; una de ellas es la interdependencia positiva, que dice que los miembros de un grupo deben trabajar en conjunto para sacar adelante una tarea en común, la idea principal es que o trabajan en conjunto o no podrán lograr la meta.
Vacaciones es una época ideal para comenzar a estimular la cooperación en la familia, incentivar el juego cooperativo en los niños, aquel que cumpla con las características descritas, que estimule la colaboración y no la competencia, el logro de una meta común, el compartir las habilidades para crear algo mayor, incentivar a los niños a compartir con otros en pro de un objetivo aunque sea pequeño, por ejemplo, la construcción de una maqueta, colaborar en la cocina, pueden ser cosas sencillas que evitan que los niños se encierren en los mundos virtuales de los videojuegos y la televisión, aprovechar el juego al aire libre, en familia, evitar los juegos individuales, solitarios o competitivos. Como siempre son los adultos quienes deben responsabilizarse de educar para la cooperación y, en este sentido, una gran fuente de aprendizaje para los niño/as es el ejemplo que le otorguen sus padres, por lo tanto, la invitación es a desarrollar actitudes colaboradoras con nuestros semejantes que nos permitan vivir en una sociedad con mayor sentido.
Lisette Bazignan Guerrero
Psicóloga y académica Facultad de Psicología
Universidad San Sebastián
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