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La Tribuna
Columnista

Perdón y reconciliación: un nuevo rostro para Chile

Zazil-Ha Troncoso

Eugenio Yáñez, vocero de Voces Católicas

por Zazil-Ha Troncoso

El perdón tiene, por decirlo de alguna manera, dos caras: el rostro del victimario y rostro de la víctima, y un elemento común a ambos: el perdón no se improvisa. Por el contrario, es el resultado de un largo y complejo proceso.

En relación al victimario, él debe en primer lugar estar consciente de que se ha equivocado, lo cual implica superar su orgullo. Supone, además, reconocer que ha cometido un daño injustificado, y en consecuencia debe repararlo, lo cual a veces es imposible.

Desde un punto de vista moral, debe experimentar remordimiento, es decir, un sentimiento de culpa que le “corroe el alma”, lo cual a su vez conduce al arrepentimiento, que no es otra cosa que la firme voluntad de no volver a repetir el mismo error. Como vemos son muchas las barreras a superar. Pero para la víctima tampoco es fácil, más aún cuando ya no es posible reparar el daño que injustamente se le ha causado. No es sencillo vencer el odio, el afán de venganza, o la ira hacia el victimario. Estas son pasiones difíciles de dominar. La víctima debe recorrer un largo proceso de sanación psicológica y espiritual para alcanzar esa “tranquilidad en el orden” (San Agustín), o sea, la tan anhelada paz interior.

Solo cuando el victimario haya pedido (genuinamente) perdón y la víctima lo haya aceptado, podemos hablar de una auténtica reconciliación.

El perdón debe además superar otra gran barrera, la de la violencia que inhiere en el corazón tanto del victimario, como en el de la víctima. Juan Pablo II afirmaba que "la espiral de la violencia sólo la frena el milagro del perdón". Si no la erradicamos de nuestro corazón, no podremos perdonar y ser perdonados. Estamos hablando, naturalmente, del genuino perdón, no del perdón como estrategia política o judicial.

Pedir perdón o perdonar no es signo de debilidad, por el contario, manifiesta la grandeza del alma humana. Cuando el domingo 17 de mayo de 1991, los parlantes de la Plaza de San Pedro transmitieron las palabras que Juan Pablo II dirigió a Mehmet Ali Agca, “el hermano que me ha herido y al que sinceramente he perdonado”, y más aún cuando posteriormente, una vez recuperado, lo visitó en la cárcel, nos dio una lección de humanidad. Cuando la víctima toma la iniciativa y perdona a quien le hizo grave daño, en lugar de perpetuar el círculo vicioso del odio, lo transformamos en el círculo virtuoso de la reconciliación, tan necesaria en nuestro país.

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