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La Tribuna
Columnista

La buena mesa y la educación

Gabriel Hernandez Velozo

Sebastián Dreyfus

Vocero de Voces Católicas

por Gabriel Hernandez Velozo

Cómo padre de familia y responsable de la educación y sustento de seis maravillosos hijos, la pregunta por cómo educar es ineludible.

 

Hoy quisiera hablar de la educación de nuestros hijos en esta cultura posmoderna de lo inmediato, lo transitorio, donde prevalecen los derechos y se subordinan los deberes. Donde la sobre abundancia de información ha relegado el gusto por descubrir, pensar y aprender. Cultura a veces simplona que cada vez se sustenta más en la sensación de un “Me gusta” que en las verdades de nuestra existencia humana.

El Papa Francisco, en su Exhortación Apostólica Amoris Laetitia, una conclusión importante del Sínodo de la Familia, bien dice que “hay que considerar el creciente peligro que representa un individualismo exasperado que desvirtúa los vínculos familiares y acaba por considerar a cada componente de la familia como una isla, haciendo que prevalezca, en ciertos casos, la idea de un sujeto que se construye según sus propios deseos asumidos con carácter absoluto”.

Pareciera ser que hoy lo único absoluto y verdadero es que todo es relativo, y si la verdad existe, a quién le importa. Cómo padre de familia y responsable de la educación y sustento de 6 maravillosos hijos, la pregunta por cómo educar es ineludible. Y créanme que los miedos a no dar el ancho por cansancio, falta de tiempo, recursos y conocimientos son sentimientos que compartimos muchos.

Sin embargo, quiero compartir algo pequeño de lo cual puede nacer algo mucho más grande. Rescatar el valor formativo de compartir la mesa familiar, ya sea en el desayuno, el almuerzo o la comida. ¿Por qué es importante la mesa familiar?

En primer lugar, porque en torno al alimento se forjan los primeros vínculos afectivos del ser humano, desde el amamantamiento hasta el buen asado para compartir un triunfo de nuestra selección.

Otro aspecto importante es que en la mesa aprendemos a compartir reconociendo nuestros derechos y asumiendo nuestros deberes. Ayudando a preparar los alimentos, disponer la mesa, enseñándoles a los niños que el postre y las bebidas son para todos.

En tercer lugar, la mesa nos obliga a dialogar. Aprender a escuchar, a interesarse por la vida del otro: sus intereses, sus opiniones, sus sentimientos. Aprender también a expresarnos, a sacar ese tesoro personal, a darse a los demás.

En la mesa podemos participar y comprometer a nuestros hijos con la realidad y la sociedad a la que están llamados a construir. Hacer evidente lo que para ellos puede no serlo: tener comida, tener una casa, tener un papá y una mamá, tener hermanos. Despertar en ellos el compromiso de sacar los mejor de ellos, no sólo para su bien personal sino por todos aquellos otros que no han tenido las oportunidades.

Por último nuestra fe cristiana, en el milagro eucarístico, se une a nuestra mesa familiar en ese sentido simbólico de que cada uno al compartir el pan, también se transforma en alimento de vida para el otro.

Sebastián Dreyfus

Vocero de Voces Católicas

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