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Columnista

El calvario de las firmas

Leslia Jorquera

Cristóbal Bellolio

Escuela de Gobierno

por Leslia Jorquera

Un partido en formación que tiene plata y contactos puede montar operativos más eficientes. Tener al notario amigo en el stand callejero o en el evento social cuesta lo suyo. Aquí el poder del dinero se traduce en desigual capacidad política.

 

Son los referentes políticos mejor evaluados por la ciudadanía, pero les está costando un mundo juntar las firmas requeridas para constituirse oficialmente como partidos políticos. Es el caso de nuevos movimientos como Revolución Democrática, que lidera el diputado Giorgio Jackson; Amplitud, fundado entre otros por la senadora Lily Pérez; y Ciudadanos, agrupación cuya figura principal es Andrés Velasco. Evópoli, donde milita el también diputado Felipe Kast, ha tenido más éxito en la tarea. El resto, probablemente, no alcanzará a registrarse legalmente para competir en las municipales de este año, al menos no a nivel nacional. La región más esquiva está resultando la Metropolitana. ¿Qué está fallando?

Lamentablemente, la ciencia de constituir un partido político tiene poco que ver con las simpatías generales que despierta un político o un proyecto determinado. Jackson puede dejar los pies en la calle mientras Velasco recorre Chile, pero el ejercicio es tedioso y los resultados se dan a cuentagotas. Es, fundamentalmente, una tarea logística y burocrática que no se condice con la cultura de inmediatez de las nuevas generaciones. El costo de poner “likes” en redes sociales es ciertamente menor que el de asistir a una notaría a firmar de puño y letra en medio de legajos roñosos y desalentadoras esperas. En otras palabras, el sistema es anticuado y eso es especialmente problemático para los grupos que encuentran su mayor adhesión en los segmentos jóvenes de la población.

Esta desventaja estructural puede atenuarse cuando existen recursos, por cierto. Un partido en formación que tiene plata y contactos puede montar operativos más eficientes. Tener al notario amigo en el stand callejero o en el evento social cuesta lo suyo. Aquí el poder del dinero se traduce en desigual capacidad política. Los partidos tradicionales se las arreglaron para evitar el refichaje que aconsejaba la comisión Engel. No tienen un pelo de tontos: saben que se exponen a una tarea desgastadora y hasta cierto punto incierta. Por supuesto, también se las arreglaron para recibir fondos públicos sin cumplir con todas las recomendaciones legales.

Por lo anterior, no es enteramente cierto que los nuevos movimientos no generen grados interesantes de adhesión. Sin duda varios de ellos tienen que trabajar todavía por aumentar sus niveles de conocimiento. No tiene mucha gracia ser el proto-partido mejor evaluado en las encuestas si apenas te ubica una fracción del electorado. Pero el problema central que los aqueja en esta etapa parece estar vinculado con las dificultades prácticas de un proceso que pide a gritos una actualización.

Cristóbal Bellolio

Escuela de Gobierno

 

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