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En educación la historia nos acompaña. II parte.

Leslia Jorquera

Alejandro Mege Valdebenito.

por Leslia Jorquera

En educación la historia nos acompaña.  II parte.

La publicación en 1917 del libro “El problema nacional” del educador Darío Salas Díaz hace tomar conciencia a la sociedad chilena del estado deplorable en que se encontraba la educación. En parte de su libro, dice el autor: “¡Un millón y seiscientos mil analfabetos mayores de seis años! (la población Chilena, según Censo de 1920, era de 3.753.799 habitantes) Colocados en fila a cincuenta centímetros uno de otro, formarían una columna de 800 kilómetros de largo, la distancia que media entre Santiago y Puerto Montt. Si desfilaran frente al Congreso Nacional en hileras de a cuatro, a un metro de distancia una de otra, y marcharan a razón de cuarenta kilómetros por día, el ruido de sus pasos turbaría los oídos y la conciencia de nuestros legisladores durante diez días.” Hoy, con una población de 17.772.870 habitantes  (si hemos de creer en el último Censo) un 44% de ella, padece de analfabetismo funcional, es decir, sufre de incapacidad para utilizar la lectura, la escritura y el cálculo en situaciones habituales de la vida diaria. Y entre quienes se ubican  en los niveles más bajos de competencias básicas se encuentran dos tercios de las personas con estudios universitarios. (Centro de Microdatos de la U. de Chile.) Así, a casi un siglo, tenemos en el país un tipo de analfabetismo de similar proporción.

Para Darío Salas, los ideales sociales, la búsqueda de la democracia y la igualdad de oportunidades educacionales, solo alcanzaban a unos pocos y quitaba a la mayoría el instrumento esencial para incorporarse a la vida cívica. Así lo escribe: “Y una democracia ignorante es, como decía Rowe, una democracia falsificada. Sin una base de conocimientos generales, comunes a todos los ciudadanos; el gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo, es una ilusión, un fracaso y hasta mentira…”.

El libro del educador causó un gran impacto en el ambiente timorato y conservador de la época y remeció el campo político, iniciándose una fuerte campaña a nivel nacional de los sectores progresistas destinada a conquistar el derecho a la educación que tiene toda persona, derecho que fue consagrado en la Declaración de los Derechos Humanos, en 1948. Transformándose la necesidad de una ley de instrucción primaria en un problema de carácter nacional por constituir “una palanca poderosa para la liberación de los oprimidos, de los humildes, del pueblo en general”, máxima aspiración de una democracia verdadera.

Entre las numerosas personalidades que se jugaron por una ley de instrucción primaria obligatoria, fue fundamental la intervención (que duró cinco sesiones consecutivas del Senado) del senador Arturo Alessandri Palma quién, en parte del cierre de su intervención, expresó: “No olvidemos, pues, que estamos en presencia de una ley de libertad llamada a extinguir la última de las esclavitudes: la ignorancia.” Como se sabe, la ley fue promulgada el 26 de agosto de 1920.

De entre las  reformas que se han querido implantar o se han realizado en Chile, la del año 1928, cuyo objetivo era democratizar la educación, constituir el estado docente, modernizar las técnicas pedagógicas y adecuar el modelo educacional a las necesidades del país fracasó especialmente por haber sido calificada de izquierdista. En 1965, el gobierno de Eduardo Frei Montalva, impulsó una importante reforma con la ampliación de la cobertura escolar. Luego, el gobierno de Salvador Allende, intentó crear una Escuela Nacional Unificada, con un proyecto que provocó gran resistencia y debió ser retirado del Congreso. En el gobierno militar se realizó la municipalización de la educación pública y con el retorno a la democracia, una nueva reforma se orientó a responder a la globalización de la economía y la transformación de las actividades productivas.(Memoria Chilena. Biblioteca Nacional).

La reforma educacional del actual gobierno, diseñada para fortalecer la educación pública, de acceso universal, sin selección, inclusiva, gratuita y laica, ha tenido una difícil travesía que ha ido distorsionando sus objetivos iniciales por intereses que se han institucionalizado en el tiempo y que cruzan de un lado a otro la sociedad chilena, tanto en lo ideológico, económico, como político. Si bien los recursos con que se cuenta hoy para una reforma educacional de la envergadura ofrecida no son suficientes, lo que  resulta incomprensible es que los recursos de que se dispone se pretenda destinarlos a los sectores que siempre han  tenido una mayor atención y una mejor educación, incluso a quienes no lo necesitan, excluyendo a los de siempre, los sectores más postergados de la sociedad que más lo requieren. La pregunta es, entonces: ¿Alguna vez, en nuestra sociedad fuertemente segregada, se cumplirá la promesa de verdadera  igualdad de educación para todos? ¿Será sólo cuestión de tiempo?

Alejandro Mege Valdebenito.

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