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La Tribuna
Columnista

Reconstrucción zona norte

Cristian Delgadillo Rosales

Roberto Poblete Zapata,
Honorable Diputado de la República

por Cristian Delgadillo Rosales

Para muchos hablar de reconstrucción es un discurso que representa cifras, porcentajes y, en general, números que se disparan como records en los que nos medimos y queremos superarnos a nosotros mismos. Las reconstrucciones en el tiempo, nos han llegado como una especie de exámenes de grado políticos, exámenes que a veces reprobamos y que hoy ojalá podamos aprobar con holgura para el alivio de tantas y tantos hermanos de nuestro sufrido Norte.

Pero, una reconstrucción es mucho más que cifras. Una reconstrucción es una promesa de restablecimiento de la vida de miles y miles de personas que por circunstancias o inclemencias del destino lo han perdido todo o casi todo. Vidas, sueños, casas completas, recuerdos, muebles, personas, afectos y calles han sido barridos por esta última catástrofe que ha dejado a miles de personas damnificadas que quieren y deben salir adelante.

Entre una y otra catástrofe natural, hemos debido emplear el vocablo reconstrucción para referirnos a ese proceso dirigido por el Estado, en que se intenta volver a un punto inicial donde aún no hay daño, o al menos no en la medida en que existe luego de la catástrofe. La reconstrucción es parte de un vocabulario anclado en la atávica conciencia nacional de volver a empezar cada vez que la naturaleza nos azota. Por eso nos suena familiar y nos gusta ocuparlo.

Pero entre las catástrofes y la palabra reconstrucción existen nervaduras, enlaces y hiatos que nos deben llevar a reflexionar y a pensar qué es lo que de verdad tienen en común éstas tragedias. Y sin duda llegamos siempre a lo mismo.

Los más afectados, son siempre los mismos.

Los mismos que son afectados por las alzas de precios en el caso de las colusiones, los mismos que sufren con los deficientes sistemas de transporte, los mismos que lo han pasado mal por años con el cambio en las reglas del sistema previsional, los mismos que han soportado un sistema de salud insuficiente, son sin duda, los mismos que se ven lejanos de las oportunidades de mejorar su condición en una espiral que parece nunca acabar. Son aquellos que no tenían la posibilidad de una educación que produzca la movilidad social que esperamos y que están a años luz de tener una vivienda social realmente digna y en buenas condiciones.

Una catástrofe natural no tiene por qué ser equitativa en la repartición de sus efectos, pero resulta que quienes más sufren son siempre los mismos. Por lo tanto, una calamidad como la vivida nos da la certeza y la comprobación a posteriori, de algo que hemos sabido siempre a priori: que la desigualdad es en todos los casos algo que aplasta, que pisa fuerte y que muestra las falencias de un sistema económico que también ha sido y es una catástrofe para cientos de miles de chilenos.

La tragedia de nuestro norte, no ha hecho más que mostrar que la vulnerabilidad es un aspecto que a veces está escondido, pero que siempre está. Somos desiguales hasta en la manera de sortear catástrofes. Los sectores más desprotegidos y vulnerables por las deficitarias condiciones de vivienda y económicas que tienen, son lógicamente los que reciben el golpe directo.  Con esto no hago más que intentar mostrar que la preocupación por los damnificados no es sólo un efecto de temporada, ni una cosa estacional, sino que es y debe ser una preocupación permanente por los desastrosos efectos de los siniestros sociales, económicos y medioambientales que nosotros hemos creado y de los cuales somos enteramente culpables.

En abril del año 2014 la zona Norte fue sacudida por un terremoto y maremoto que generó enormes pérdidas humanas y económicas. En el mismo mes, Valparaíso vivió un gigantesco incendio, con las mismas consecuencias. Y mientras en nuestra regiones octava y novena los volcanes nos amenazaban y gigantescos incendios arrasaban con la vida de miles de hectáreas de nuestros bosques milenarios, desde el día 25 de marzo, la región de Atacama y las comunas de Antofagasta y Taltal se vieron afectadas por un sistema frontal de mal tiempo consistente en abundantes lluvias y bajas temperaturas que produjeron graves inundaciones, aluviones de roca y barro, avalanchas de lodo y piedras, desbordes de ríos y alteración de cursos normales de aguas, con las consecuencias ya por todos ampliamente conocidas.

Y el denominador común que tienen estos hechos, son sin duda los sectores más vulnerables, los excluidos, los que no han podido revertir las causas que los atan a condiciones de vida circulares, y que durarán por generaciones sino hacemos algo ahora.

Esa es la reconstrucción permanente de la que debemos formar parte: la reconstrucción de Chile, pero para volverlo un país más justo, inclusivo, tolerante y solidario. Sin duda que saludamos el formidable ajuste en las prioridades del gasto público, que nuestro Gobierno ha hecho por esta tragedia de nuestros compatriotas en el Norte. Pero debemos mejorar las políticas de vivienda social, los estudios de terrenos para construir vivienda social, debemos ser mejores y más eficientes fiscalizadores de que los cauces de ríos y quebradas estén en condiciones de ser ocupados eventualmente por crecidas. (Entre Los Ángeles y Mulchén tenemos un par de quebradas que han sido cubiertas por la carretera y donde ya se están construyendo viviendas) Debemos ser eficaces en dar una vida digna a quienes no pueden procurársela.

Y, por sobre todo, debemos descentralizar para que nuestro organismos de prevención y ataque de los diferentes siniestros a los cuales nos somete la Naturaleza, conocedores de su región y de su gente, dotados de independencia y recursos, puedan ser eficientes y rápidos en su accionar. Nos urge un traspaso inteligente y eficaz de competencias a nivel local en todo orden de cosas.

Debemos reconstruirnos para reconstruir.

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