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Ser profesor

por La Tribuna

estudiante universitario, profesor, universidad / Pixabay

Mi mamá quería que fuera profesor. Me lo dijo esa vez que estaba postulando a las universidades, pero - claro - mis expectativas eran distintas, aunque, siendo honesto, no tenía ni la más remota idea de qué quería estudiar. En perspectiva, y a contrapelo de los deseos de mi mamá, creo que no habría estado preparado para esa responsabilidad. Porque hay que ser valiente, y mucho, para ser profe. De verdad.

Ser profesor no es solo una carrera, es una vocación - con mayúsculas - que exige un compromiso y una dedicación que pocos trabajos requieren. Hacerse cargo de niños y niñas para llevarlos por el camino del conocimiento puede ser un viaje muy fascinante y hermoso, pero también puede ser tremendamente complejo, lleno de vicisitudes. A veces puede ser muy triste y doloroso. La enseñanza no se limita a transmitir conocimientos; implica también ser mentor, guía y en muchos casos, una figura de apoyo emocional para los estudiantes.

Admiro a quienes deben hacerse cargo de una clase para guiar a sus estudiantes por ese camino que, muchas veces, trasciende la experiencia en el aula.

Los profesores y profesoras marcan la vida de sus alumnos de una manera profunda y duradera. Quién no recuerda a un docente en su vida que fuera un motivador, un punto de referencia, una guía. No solo enseñan materias académicas, sino que también inculcan valores, ética y una manera de ver el mundo. Ellos son los arquitectos del futuro, moldeando las mentes y corazones de las próximas generaciones.

En mi caso, después de mi familia, quienes más definieron lo que soy, el camino que he recorrido, han sido mis profesores de la escuela F-634 y del Liceo C-83 de mi pueblo, Florida.

Recuerdo con especial cariño a aquellos maestros que supieron ver más allá de mis notas, que se interesaron por mis sueños y miedos, y que me inspiraron a ser mejor, que me dijeron que era posible, por ejemplo, entrar a la universidad. En mi familia nunca nadie antes había accedido a algo así, parecía demasiado lejano, casi imposible.

Sus palabras fueron la chispa que encendió mi deseo de aprender y crecer. La paciencia y dedicación que mostraron cada día, a pesar de las dificultades, dejó una huella imborrable en mi vida.

La profesión docente requiere una resiliencia admirable. Enfrentarse a salas de clases con 45 estudiantes o más, cada uno de ellos con diferentes trasfondos, necesidades y capacidades es un desafío diario u gigantesco. Los profesores deben ser capaces de adaptarse, de encontrar maneras innovadoras de enseñar y de mantener la motivación y el interés de sus alumnos. En un mundo donde los recursos a menudo son limitados y las expectativas son altas, los docentes continúan desempeñando su papel con una dedicación que merece el mayor de los reconocimientos.

Sepan que les guardo la mayor de las gratitudes y el más grande de los aprecios por ayudarme en este camino. No solo me enseñaron conocimientos académicos, sino que también me enseñaron a ser curioso, a pensar críticamente y a no rendirme ante los obstáculos. La influencia positiva que tuvieron en mi vida es un testimonio del poder de la educación y del impacto que un buen profesor puede tener.

En un mundo que cambia constantemente, donde las tecnologías y las necesidades sociales evolucionan a un ritmo vertiginoso, la figura del docente sigue como un pilar fundamental. Ellos son los guardianes del conocimiento y los forjadores de sueños. Por todo esto y más, gracias, profesores y profesoras, por su valentía, por su dedicación y por su amor a la enseñanza. Sin ustedes, el camino de muchos, incluyéndome a mí, habría sido mucho más difícil de recorrer.

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