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La Tribuna

Al papa Francisco no se le viene nada de fácil

por Cristian Delgadillo Rosales

El Santo Padre tiene la potestad para marcar un antes y un después que permita reconstruir la Iglesia Católica en Chile y el mundo.

06-05-2018_18-45-021__1 /

Para un grupo importante de la sociedad, la anhelada visita del papa Francisco a Chile resultó completamente empañada por la presencia del obispo de Osorno, Juan Barros Madrid, a quien se le acusa de encubridor de los abusos sexuales cometidos por el sacerdote Fernando Karadima contra menores usando violencia y abusando de su autoridad eclesiástica.

Para ninguno de los integrantes de la Iglesia Católica –religiosos y laicos– este hecho pasa inadvertido, porque es una vergüenza.

Sólo con la visita en terreno, la máxima autoridad de la iglesia en el mundo pudo constatar que el problema no era, probablemente, como se lo habían contado y era muchos más grave y socialmente rechazado que lo que él creía.

De hecho, tras regresar al Vaticano, ordenó inmediatamente una investigación sobre los hechos, e incluso invitó a las víctimas del ex párroco de El Bosque para pedirles perdón.

El máximo líder de la Iglesia Católica, además, envió una misiva a los obispos de Chile, en donde reconoció haber incurrido en graves equivocaciones de valoración y percepción de la situación, especialmente por falta de información veraz y equilibrada. “Ya desde ahora pido perdón a todos aquellos a los que ofendí”, declaró en su carta el Sumo Pontífice.

En enero pasado, la ONG estadounidense Bishop Accountability presentó un documento que contiene un listado de 70 religiosos chilenos –entre sacerdotes, diáconos, hermanos religiosos y una monja- que han sido denunciados por abuso sexual de menores. Pero las autoridades de la iglesia chilena no han estado a la altura y deben admitir que su silencio o su poca diligencia han dejado en la sociedad cierta sensación de encubrimiento que no es tolerable ni para los habitantes del país ni para los católicos e incluso para los religiosos que se dedican con fe, honestidad y entrega a sus funciones, alejados de toda corrupción o perversión, y que hoy visten sus sotanas, cuellos romanos o -en el caso de las monjas- sus hábitos con cierto pudor por culpa de quienes han utilizado el poder religioso para someter de la forma más aberrante a sus hermanos menores.

El Santo Padre tiene hoy la potestad para marcar un antes y un después que permita reconstruir la Iglesia Católica en Chile y el mundo.

Hoy, más que nunca, se requiere de decisiones ejemplificadoras y no más esos castigos de “una vida de oración y penitencia”, que no son suficientes para nadie.

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