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La cita: el desconocido cara a cara entre Cereceda y un exconscripto

por por Juvenal Rivera Sanhueza

El siguiente texto cuenta la desconocida reunión que tuvieron un ex conscripto que salvó de morir en la tragedia de Antuco con el ex mayor de Ejército, Patricio Cereceda, quien fuera condenado por su responsabilidad en la muerte de 44 soldados y un sargento segundo. El relato era parte de un libro que permanece inédito.

Al principio, Rodrigo odiaba a Cereceda. Lo culpaba de arruinar su vida. Pero con el tiempo, la rabia dio paso una suerte de compasión. / Diario La Tribuna

- A las 11 y media, entonces - le dice la voz al otro lado de la línea telefónica.  

- A las 11 y media en punto - responde Rodrigo Morales con voz inusualmente resuelta.  

- Acuérdate que nos juntaremos en el servicentro Shell que está en Tobalaba con Bilbao, a la salida del metro. No llegues tarde.  

- Ahí nos encontramos. De alguna manera voy a llegar allá, mi mayor - le replica Morales con tono marcial.  

Al otro lado del teléfono, la voz del exmayor Patricio Cereceda Truhán se escucha tranquila, segura, incluso con un trato familiar. No era la primera vez que hablaban por teléfono, pero ahora sería en persona.

Rodrigo era un exsoldado conscripto que en 2005 estuvo bajo su mando en el Regimiento Reforzado Nro 17 "Los Ángeles". Desde entonces, él mantuvo la costumbre muy militar de referirse al grado de su superior y de responder de manera marcial.  

La historia que unió los destinos de ambos es conocida. Patricio Cereceda estaba al mando del batallón de más de 400 soldados del Regimiento "Los Ángeles" que, en mayo de 2005, se trasladó a la zona cordillerana de Antuco para aprender lo básico de la disciplina militar, como marchar y disparar.  

Rodrigo era parte de ese contingente que entró en abril y que en los primeros días de mayo viajó al refugio "Mariscal Alcázar" del sector Los Barros, situado a unos 113 kilómetros al oriente de la ciudad de Los Ángeles, a poco más de 1400 metros sobre el nivel del mar.  

Rodrigo Morales se enlistó entusiasmado con la idea de iniciar una carrera militar que dejara atrás la pobreza que era una parte permanente de su vida. También, aunque él no lo dice de manera explícita, para sentirse respetado. 

Sin embargo, todo cambió en la madrugada del 18 de mayo cuando él y sus compañeros de la compañía de Morteros recibieron la orden de salir a marchar. Lo escucharon de boca del mismo Cereceda cuando los despidió aquella gélida madrugada cuando apenas un farol iluminaba el acceso del refugio militar. La caminata sería de unos 20 kilómetros. Afuera, la nieve caía lenta y más allá de la luz del farol, la oscuridad era profunda.  

Rodrigo salió a marchar marcando el paso para llegar al refugio La Cortina, su destino final. La geografía es sinuosa pero llana y avanza por las faldas del volcán Antuco, con la laguna del Laja a la vista cuando el cielo está despejado, aunque a menos de un kilómetro ya iba con el uniforme mojado después de resquebrajarse la capa de hielo que cubría un estero.

Del medio centenar de morteros que salieron a marchar esa madrugada, solo 14 llegaron a destino. 31 quedaron en el camino por la tormenta de viento blanco, entre ellos el sargento Luis Monares Castillo, el único miembro de planta del Ejército. Otros 14 soldados de la Compañía Andina, que salieron tres horas más tarde a realizar el mismo trayecto, tampoco sobrevivieron.  

Rodrigo Morales fue uno de los pocos que salió vivo de su compañía. Apenas divisó el refugio en la tormenta, fue el primero en abrir a patadas la puerta del refugio La Cortina, esperando encontrarse con comida caliente, ropa de abrigo y dormitorios calefaccionados. Pero no había nadie. No había nada. Recuperaron arroz de la basura que quemaron en unos sartenes para entintar el agua y así hacerlo parecido a un café con agua de nieve derretida. Encendieron estufas a leña sin cañón, y debieron soportar el humo porque no había otra opción.

Ese mismo miércoles 18 de mayo, Cereceda fue informado —por las escasas comunicaciones radiales posibles en medio de la borrasca— que cuatro soldados habían muerto. Recién el sábado siguiente, cuando la tormenta dio un respiro de unas horas e hizo posible que los helicópteros del Ejército evacuaran a los soldados que quedaron de la Compañía de Ingenieros (que no marchó), se enteró que las víctimas eran 45.  

Cereceda —junto con otros mandos del regimiento Los Ángeles— fue dado de baja por el general Juan Emilio Cheyre, comandante en jefe del Ejército, pocas horas después de confirmarse la gravedad de la tragedia. Además, enfrentó a la justicia militar que abrió una investigación en su contra por cuasidelito de homicidio reiterado e incumplimiento de deberes militares.  

En noviembre de 2006, Rodrigo Morales viajó a Santiago con la intención de hablar con Cereceda. Básicamente, para escuchar su explicación sobre lo sucedido.  

Ex mayor Patricio Cereceda / Diario La Tribuna
Ex mayor Patricio Cereceda Diario La Tribuna

En ese tiempo, estaba empeñado en publicar un libro que narrara su experiencia como conscripto en la tragedia de Antuco. Aunque el periodista Santiago Pavlovic propició la idea y después leyó y corrigió el primer borrador, ninguna editorial mostró mayor interés. Muchos no respondieron y otros admitieron que una historia así ya no vendía por el tiempo transcurrido.

Y como parte de ese esfuerzo por tener historias que contar en el libro, Morales contactó a Cereceda. El ex soldado estaba en una calle del centro de Santiago, cerca de la Plaza de la Constitución, cuando lo llamó y recibió la confirmación del encuentro que sería una hora más tarde. 

Aunque en principio, Cereceda planteó reunirse en la tarde (antes de las 4 o después de las 6 porque tenía una reunión con sus abogados defensores), finalmente se allanó a que el encuentro fuera a las 11,30 en el servicentro Shell de Tobalaba con Bilbao

Sin embargo, el primer contacto entre ambos ocurrió un mes antes, cuando Morales consiguió el número de celular y correo electrónico de Patricio Cereceda. Debieron pasar varios días antes de que Rodrigo se decidiera a llamarlo. Las primeras veces marcó, pero no contestó. Siguió intentando: marcaba, dejaba sonar un par de veces y colgaba. Esperaba que le devolviera la llamada, aunque después admitiría que lo hacía por curiosidad, casi como un juego, asumiendo que no tendría respuesta.  

Hasta que un día, la pantalla del celular vibró. Era el mayor Cereceda. Rodrigo se estremeció cuando vio el nombre y rango del ex oficial titilando en la pantalla de su equipo móvil. Respondió. Llegamos a pensar que nunca lo haría, que tal vez el número era incorrecto o que estábamos perdiendo el tiempo. 

Pero esta vez Rodrigo no contestó. Tuvo miedo. Mucho miedo. No estaba preparado. ¿Qué le diría? Temía decir una estupidez o quedarse mudo.  

Es probable que Cereceda nunca imaginara que al otro lado estaba uno de los soldados que salvaron de la muerte, pese a su orden.  

Esa primera llamada encontró a Rodrigo en lo alto de un poste, cambiando tendido eléctrico para una empresa de televisión por cable, pese a los fuertes dolores en la rodilla —"un regalito de Antuco", como decía—, consecuencia del esfuerzo extremo al caminar en la nieve bajo la tormenta. 

Dejó sonar el teléfono hasta que se apagó. ¡Qué alivio!, pensó. Minutos después, la pantalla titiló de nuevo. Era Cereceda, pero esa vez Rodrigo se armó de valor y decidió responderle.  

Hablarían más de media hora. Contrario a lo que él suponía, la voz del exoficial sonaba segura y cercana, como la de un civil cualquiera. Cereceda le confesó que casi nunca devolvía llamadas de números desconocidos, pero lo hizo por curiosidad.  

Le preguntó cómo estaba y qué había hecho de su vida. Admitió que era la primera vez que hablaba con un ex conscripto sobreviviente. Rodrigo aprovechó para plantearle una reunión. De inmediato, la voz de Cereceda cambió de tono: no quería revivir el dolor, dijo, pero dejó abierta la posibilidad.  

A fines de noviembre de 2006, Rodrigo debía estar en el Hospital Militar de Santiago para un control psiquiátrico por estrés postraumático (estuvo varias veces internado debido a varios intentos de suicidio). Esa fue la oportunidad para llamarlo y cobrarle la palabra sobre la posibilidad de reunirse, aunque fuera un momento. Primero respondió que estaba de acuerdo, que no tenía problemas, que había que buscar el momento, que él estaba dispuesto. Pero ese momento se dilató por varios días porque alegaba que tenía un problema, ofrecía una disculpa o se justificaba por un trámite de último momento que parecía más bien una excusa.

Rodrigo Morales lo llamaba casi a diario insistiendo si podía, que cuándo y dónde, que estaba a su disposición para cuando él quisiera. Finalmente, más que nada por la porfía, dijo que sí, que iban a reunirse. A las 11,30 horas, en el servicentro Shell que está en Tobalaba con Bilbao.

LOS RECUERDOS DE MORALES SOBRE CERECEDA

Si algo recordaba Rodrigo con nitidez del mayor Cereceda era su marcialidad: uniforme impecable, botas lustradas, el sonido seco de sus talones al cuadrarse. Nadie lo hacía mejor que él. Sin embargo, más allá de ese detalle, el exsoldado no tenía mayores recuerdos del oficial a cargo del batallón en la montaña. 

Cereceda no era omnipresente. Su trato era educado pero reservado, distante incluso. De contextura menuda, se imponía por autoridad, no por presencia. Había llegado al regimiento "Los Ángeles" en febrero de 2005, como oficial de Estado Mayor recién graduado con las mejores notas de la Academia de Guerra.  

A las 5 de la madrugada del 18 de mayo, Cereceda bajó a recibir cuenta de la Compañía de Morteros. Observó la formación en el refugio Los Barros, advirtió que la caminata sería dura y que quizás no tendrían comida hasta llegar al refugio La Cortina, a 20 kilómetros de distancia. Le deseó suerte al contingente y después los vio partir hacia la oscuridad cuando la primera ráfaga de viento gélido penetró por los uniformes de algodón y golpeó los rostros ateridos de los muchachos de 18 años.  

Tras la tragedia, Cereceda se convirtió en el principal chivo expiatorio. Los medios lo pintaron como el oficial arrogante que ignoró advertencias. Sin embargo, la estructura militar vertical dejaba poco margen para cuestionar órdenes. Ya le sucedió al sargento Tolosa, experto en montaña, que alertó sobre el mal tiempo el día anterior cuando salieron las compañías de Cazadores y de Plana Mayor y Logística, donde estaban las primeras mujeres soldado que recibía la unidad militar. Su alerta generó un duro reproche de Cereceda que lo catalogó de "alarmista". Sin embargo, tres semanas antes, el comandante en jefe del Ejército, general Juan Emilio Cheyre, felicitó a un regimiento de Coyhaique que realizó una caminata nocturna de 20 kilómetros, bajo una insistente lluvia. El logro fue destacado en un artículo de la revista del Ejército.

El ejercicio militar en el extremo sur no guardaba ninguna relación con los instructivos institucionales para realizar ejercicios de marcha a soldados en formación por no más de cinco kilómetros, con carga liviana y buenas condiciones de tiempo.

Rodrigo también recordaba una anécdota: meses después de la tragedia, Cereceda intentó ingresar al regimiento sin identificación. Rodrigo, de guardia, le negó el acceso pese a reconocerlo. Solo entró tras la intervención de superiores.  

Al principio, Rodrigo odiaba a Cereceda. Lo culpaba de arruinar su vida. Pero con el tiempo, la rabia dio paso a una suerte de compasión.  

El ex mayor Cereceda fue condenado a cinco años y un día de cárcel por abandono de deberes militares y cuasi delito de homicidio. El 2011 salió de la cárcel. / Diario La Tribuna
El ex mayor Cereceda fue condenado a cinco años y un día de cárcel por abandono de deberes militares y cuasi delito de homicidio. El 2011 salió de la cárcel. Diario La Tribuna

EL DÍA DEL ENCUENTRO

"Si es militar, llegará a la hora", se repetía Morales. Veinte minutos antes, él ya estaba en el servicentro. Fue fácil llegar con las indicaciones correctas. Subió al minimarket del segundo piso para observar el cruce altamente transitado y el cielo brumoso de Santiago en noviembre. 

Un hombre delgado, de pelo claro pasó cerca. ¿Sería él? No. Luego, el conductor de un Chevrolet Vivant llamó su atención. Cargó bencina, habló con los trabajadores del recinto y se estacionó. Luego, entró, compró una bebida y se le pierde de vista al subir al segundo piso. Es delgado, pelo claro, barba incipiente, polera de cuadros, pantalón tres cuarto y sandalias: 

Cereceda.  

- Hola, ¿cómo estás? - dijo saludando a Rodrigo de manera amable.  

El exconscripto musitó un tímido saludo.  

- Pregúntame lo que quieras - lo retó Cereceda.  

Rodrigo no había preparado un cuestionario, dejaría fluir la conversación, aunque tenía claro la primera pregunta que le haría:  

- Mi mayor, ¿qué se le pasó por la cabeza al ordenarnos marchar? Si era cuestión de asomar la cabeza del refugio y darse cuenta de que había mal tiempo- disparó.  

Cereceda tomó un sorbo de bebida y usó servilletas para explicar lo ocurrido: el refugio estaba resguardado del viento; creyó que más adelante llovería, no nevaría. Su responsabilidad terminaba en la puerta; los capitanes debían decidir durante la marcha.  

- Nadie me advirtió - insistió -. Ni siquiera los instructores más experimentados.  

Rodrigo no recordó lo del sargento Tolosa, que fue reprendido por el ex mayor debido a su alerta.

- Si estás aquí, es porque no me consideras tan culpable - dijo Cereceda.  

- No esté tan seguro - replicó Rodrigo.  

El exoficial confesó que quiso marchar con ellos, pero sus superiores se lo impidieron. También le dijo que se sentía abandonado por la institución.  

Rodrigo relató su propia experiencia: el miedo, la desesperación, los compañeros abandonados. Cereceda lloró en silencio.  

- Quiero reunirme con los sobrevivientes - propuso -. El 18 de mayo que viene, en una misa.  

Rodrigo se sorprendió. No esperaba una idea así. Prometió contactar a los excompañeros. La conversación se interrumpió con la llegada del hermano de Cereceda.  

Antes de despedirse, Cereceda habló de su familia y su dolor por dejar el Ejército. Rodrigo admitió haber admirado su marcialidad.  

- La perfeccioné en la Academia - respondió Cereceda, distraído por una joven cercana.  

La despedida fue un abrazo. Quedaron en mantener contacto.  

Al salir, Rodrigo llamó a su pareja de ese tiempo para contarle que se había reunido con Cereceda. En el metro, cuando ya retornaba a Los Ángeles, repasó cada detalle del encuentro para hacer el registro lo más acabado posible.  

Más tarde se enteraría que la reunión de Cereceda con sus abogados tendría que ver con lo que ocurriría cinco días después. La Corte Marcial respondió a las apelaciones de la defensa y los querellantes y ratificó los fallos de primera instancia a todos los procesados.

Al ex mayor le confirmaron la sentencia, la más alta de los cinco encausados: cinco años y un día de cárcel por abandono de deberes militares y cuasidelito de homicidio. Aunque recurrió a la Corte Suprema, también perdió. Estuvo más de dos años recluido en Punta Peuco y después en el Penal Cordillera. En 2011 salió de la cárcel. 

A casi 20 años de la tragedia de Antuco, la reunión de los ex sobrevivientes con el oficial que les ordenó marchar a la muerte aún no se realiza.

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