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La Tribuna

Historia de una foto: Radiografía de una familia campesina de Nacimiento en los años 60

por Juvenal Rivera Sanhueza

A mediados de los años 60, un desconocido fotógrafo retrató a parte de los integrantes de un grupo familiar que vivía en plena cordillera de Nahuelbuta, absolutamente lejos de todo. Más de 50 años después, indagamos sobre lo que sucedió con esa familia campesina.

Teorinda Medina, con sus hijos Luzmira y Miguel /

Como ocurría antaño, la señora Teorinda Medina y don Bonifacio Flores formaron una familia muy numerosa: 16 hijos. Dos de ellos murieron a poco de nacer pero el resto de la generosa prole vivió y se crió en los apartados parajes de la cordillera de Nahuelbuta, en lo que ahora corresponde a la comuna de Nacimiento.

Específicamente, en el sector de Las Corrientes, justo donde ahora está la plaza de peaje San Roque, en la Ruta de la Madera, la vía que une Nacimiento con Concepción por Santa Juana.

El nombre de una escuela rural y un letrero a la vera del camino refieren del valle que, casi de milagro, se abre espacio en medio de los cerros, en una pavimentada y zigzagueante ruta dominada por las plantaciones de pino con algunos retazos de bosques nativos que perduran en esa zona de tierras coloradas.

Corría el año 1964 (o 1965) cuando un anónimo fotógrafo se internó hasta esos apartados rincones de nuestra geografía y dejó dos registros: uno, con la señora Teorinda y sus hijos Luzmira y Miguel mientras ella lavaba el mote con el chorrillo de agua que emerge desde las entrañas de la tierra, y el otro con don Bonifacio y su hijo Luis en medio de una plantación de maíz. Debe haber sido en el inicio del verano, a juzgar por el tamaño de los choclos.

Ambas fotos fueron recuperadas por la familia y publicadas en el Fanpage Memoria Campesina que, además, las compartió vía Twitter como parte de los esfuerzos por rescatar de la memoria ese Chile rural de tiempos pasados y también actuales.

LA FAMILIA FLORES MEDINA

Mónica Arriagada Flores es hija de Luzmira y nieta de Teorinda y Bonifacio. Ella, que residió hasta los 14 años en Las Corrientes, recuerda lo que era vivir en esa zona tan apartada, que llegar a Nacimiento no era tarea nada de fácil, que se debía caminar media hora a pie hasta la carretera (entonces de tierra) y viajar una hora más en bus para arribar a la cabecera comunal.

Pero más que Nacimiento, ella misma precisa que el viaje más recurrente de la familia Flores Medina era hacia Laja que, en esos años, había dejado de ser un pequeño caserío para convertirse en una ciudad llena de trajín y movimiento por la puesta en operaciones de la fábrica de celulosa, a fines de años 50. Y don Bonifacio, su abuelo, aprovechaba esa aglomeración de personas para vender sus hortalizas y el carbón en saco, todo - por supuesto - de elaboración propia.

Eso sí, debían salir a las 3 de la madrugada con una carreta repleta hasta las barandas de sacos de carbón por las huellas de camino abiertas en la montaña para estar cinco horas después en el puerto, en el sector de Monterrey, casi en el límite con Santa Juana. ¿Qué es eso? Ella misma lo explica: era el lugar a orillas del río Biobío donde cargaban la carreta en un lanchón y así podíamos pasar al otro lado y vender en Laja. Un par de veces me tocó hacer ese viaje.

Teorinda siguió viviendo en Corrientes hasta su muerte, en 1989, a consecuencia de un accidente cerebro vascular. Después de varios días de sentirse mal, llegó al hospital pero ya era muy tarde. La mujer agonizó unos días y murió en el mismo recinto asistencial.

Su marido, Bonifacio, siguió aferrado al campo. Sin embargo, hacia el final de sus días, ya ciego y con varios problemas de salud, no tuvo más alternativa que dejar Las Corrientes e irse a la casa de uno de sus hijos en Nacimiento. Un cáncer a la próstata le arrebató la vida en 2009.

En el intertanto, los hijos de Teorinda y Bonifacio se desparramaron entre Nacimiento, Santiago y Temuco. Algunos de ellos fallecieron, a otro se le perdió el rastro hace ya demasiados años desde cuando se fue para el norte en búsqueda de trabajo para que nunca más se volvieran a tener noticias de él.

Mónica recuerda que la vida en el campo era dura, muy dura, llena de privaciones. Que si se compara ese tiempo con su vida actual, lo de ellos era más bien parecido a la miseria. Así y todo, dice tener los recuerdos más felices de esas tierras y de esos tiempos, de esos lugares que conoció de niña y hasta los 14 años cuando su mamá Luzmira se empleó en una casa particular, en la capital. Mónica también le seguiría los pasos trabajando como asesora del hogar.

Ella recuerda con un dejo de nostalgia el chorrillo que estaba al fondo de una quebraba y desde ahí brotaba el agua que surtía a su familia, la misma que usaban para limpiar el mote que era pelado con cenizas de árboles nativos, momento que fue captado por ese anónimo fotógrafo. Cuenta que ahora esa fuente se secó desde que los bosques nativos se cambiaron por plantaciones de pino y eucaliptus y que se debió buscar otro punto para surtirse.

Mónica cuenta que su madre Luzmira vio la foto que fue viralizada en las redes sociales. Se emocionó al reconocer a su progenitora Teorinda pero no tiene la certeza que el niño más pequeño sea su hermano Miguel. Tampoco recuerda más detalles del momento en que se tomó esa imagen y porqué se hizo de esa manera, mostrando cómo se lavaba mote con el agua de los deshielos en la cordillera de Nahuelbuta.

La historia del matrimonio de don Bonifacio y la señora Teorinda, de su numerosa familia y de su vida en medio de los cerros resume las vivencias de cientos de familias campesinas que vivieron en el campo, que conocieron de su esfuerzo, de sus alegrías y sinsabores. De cómo la mejor alternativa u opción de la descendencia fue salir de ahí para buscar mejores expectativas de vida.

Una realidad que se repitió en familias que, además de Nacimiento, en Quilleco, Mulchén, Santa Bárbara, Negrete o de las cercanías de Los Ángeles, fueron parte de ese Chile rural y profundo y que, en muchos casos, debieron un día decir adiós a las tierras de las cuales eran originarias para probar suerte en las urbes, dejando atrás recuerdos, memorias y costumbres.

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