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La Tribuna

Adiós, querido Mariano

por La Tribuna

Señora directora:

Tuve la ocasión

de conocerlo hace algunos años, cuando intentábamos promover la formación de

comunidades cristianas en campamentos, al alero de Un Techo para Chile, y lo

invitamos a que nos compartiera su experiencia. Cuando le preguntamos a Mariano

Puga, el cura obrero, por su ideal de sociedad, tomó el libro de los Hechos de

los Apóstoles y leyó el relato de la primera comunidad cristiana, reconocida

por elementos fundamentales: la oración en común; el partir el pan; el poner a

disposición de las necesidades de los demás los bienes propios; el permanecer

unidos por la fe y la alabanza a Dios.

En este momento

en que lo despedimos, es justo recordarlo como alguien que habiendo nacido en

cuna de privilegiado, a lo largo de su vida se fue despojando de esos

privilegios, queriendo seguir a Jesús de Nazaret, su Maestro y Señor. Mariano

es además hijo de la Iglesia que dio vida al Concilio Vaticano II y a sus

concreciones en América Latina, las conferencias de Medellín y Puebla. Desde su

compromiso con la renovación litúrgica; como párroco en Pudahuel, La Legua,

Villa Francia o Colo en Chiloé; como animador de comunidades cristianas de base

Biblia en mano, pintor de brocha gorda, obrero, entusiasta acordeonista, su

vida ha sido fuente de consuelo e inspiración para muchísimos hombres y

mujeres, incluso más allá de los márgenes de la Iglesia Católica.

Junto a su

inseparable amigo Pepe Aldunate y a muchas otras personas participó activamente

en el Movimiento Contra la Tortura Sebastián Acevedo y muchas otras instancias

de defensa y promoción de los derechos humanos.

Todo eso se le

devuelve hoy en las miles de expresiones de cariño y admiración que hemos

conocido en estos días de su muerte. De acuerdo con ellas y todo lo que hemos

visto y oído, es posible reconocer en Mariano Puga a un testigo de Jesús y su

Evangelio, predicado y practicado especialmente entre los pobres. Que su

testimonio nos inspire en esta crítica hora de nuestro país y de la Iglesia,

para que se conviertan nuestros corazones, nuestras vidas y nuestras

instituciones a todo aquello que trae vida en abundancia.

José Francisco Yuraszeck Krebs

S.J, Capellán General del Hogar de

Cristo

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