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Columnista

Viejito Pascuero: acompañar sin miedo, crecer con sentido

Marcela Mora Goth

Jefa de carrera de Psicología
Universidad Católica de la Santísima Concepción (UCSC)

por Marcela Mora Goth

El pensamiento mágico es un tipo de pensamiento propio de una etapa de la infancia, comprendida aproximadamente entre los 3 y los 8 años, considerando variaciones individuales. Piaget, quien postuló la teoría del desarrollo cognitivo en el desarrollo humano, denominó a esta etapa como preoperacional. Este pensamiento carece de lógica y se manifiesta cuando el niño atribuye una relación causal entre situaciones, pensamientos o eventos que no necesariamente están relacionados. Por ejemplo, un niño o niña puede pensar: "mi perrito se murió hoy porque ayer me porté mal y no me comí toda la comida".

Sin embargo, lejos de ser algo negativo, el pensamiento mágico permite que niños y niñas puedan darle sentido al mundo en el que viven y comprender situaciones que aún no les es posible entender desde la lógica adulta. Es importante tener claro que este tipo de pensamiento es transitorio y está directamente relacionado con el desarrollo.

Durante la infancia, el pensamiento mágico cumple un rol fundamental. Permite a los niños mezclar fantasía y realidad para explicar lo que ocurre en su entorno, atribuyendo que sus deseos, pensamientos o intenciones tienen un correlato directo con los hechos. Pensar que "si deseo mucho algo, mañana al despertar estará sobre mi cama" es un ejemplo habitual. Este tipo de pensamiento, al igual que otros que se desarrollan a lo largo del ciclo vital, ayuda a los seres humanos a adaptarse y a dar explicaciones a lo que viven. En los niños, además, facilita la incorporación de normas sociales y la regulación de deseos y emociones.

La forma de pensar de los niños se va transformando progresivamente hasta llegar al pensamiento formal o postformal propio de la adultez, donde somos capaces de integrar lógica, abstracción, emociones e intuición. Esta transición no ocurre de manera abrupta, sino gradual. En términos generales, se espera que este tipo de pensamiento vaya cambiando entre los 3 y los 10 años, dependiendo de las características personales y familiares.

En este contexto, las creencias culturales en figuras como el Viejito Pascuero cumplen un rol relevante. Creer en estos personajes permite a los niños comprender el simbolismo que representan, incorporar valores y creencias compartidas cultural y familiarmente, fortalecer el sentido de pertenencia y participar de rituales con alto significado emocional para su desarrollo.

El desafío para las familias y la educación es acompañar los ritmos de cada niño, sin forzar creencias ni generar angustia. Y no utilizar este tipo de pensamiento para infundir temor o culpa, ya que los niños confían plenamente en lo que sus figuras significativas les transmiten.

Cuando el pensamiento mágico comienza a generar malestar o a obstaculizar el desarrollo, es momento de acompañar el tránsito hacia formas más racionales de pensar. Finalmente, cuando aparece la frustración o decepción al descubrir la realidad, es importante resignificar la experiencia, explicando el valor simbólico de estas figuras y destacando el sentido del compartir en familia.

Muchas veces, los recuerdos más valiosos no son materiales, sino emocionales. El pensamiento mágico, vivido de manera respetuosa, deja huellas positivas que acompañan el desarrollo y fortalecen los vínculos.

Marcela Mora Goth

Jefa de carrera de Psicología Universidad Católica de la Santísima Concepción (UCSC)

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