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La Tribuna
Columnista

Educación técnico-profesional: la palanca que Chile no puede seguir ignorando

Roger Sepúlveda

Rector de Santo Tomás Concepción y Los Ángeles

por Roger Sepúlveda

Chile habla de productividad, sofisticación y crecimiento verde, pero pocas veces mira la columna vertebral que sostiene esas metas: las y los técnicos. La educación técnico-profesional (ETP) no es un "plan B"; es el camino más directo para transformar vocaciones en valor, subir salarios y arraigar oportunidades fuera de la capital. Es, en esencia, una política de dignidad productiva.

En Chile, la ETP ya convoca a una parte enorme de nuestra juventud. Hace una década, uno de cada tres estudiantes de 3° y 4° medio optaba por la modalidad técnico-profesional; para 2016, cerca del 40% de quienes cursaban los dos últimos años estaba en esta vía. En educación superior, los centros de formación técnica (CFT) e institutos profesionales (IP) concentraban alrededor del 44% de la matrícula, pero recibían casi seis veces menos aporte por estudiante que las universidades del CRUCH. Esa asimetría de financiamiento desincentiva calidad e innovación donde más impacto podríamos lograr.

Además, enfrentamos una brecha persistente entre las habilidades que demanda el sector productivo y las que se enseñan. La evidencia muestra desajustes de competencias que limitan empleabilidad, salarios y productividad. La formación a lo largo de la vida —no solo la educación inicial— es crítica para actualizar perfiles y sostener trayectorias laborales en mercados competitivos.

Miremos el espejo del País Vasco. Allí, la apuesta sostenida por una formación técnico-profesional (FTP) moderna, conectada con la empresa y con fuerte foco en tecnologías, se traduce en resultados educativos y productivos sólidos. En 2017-2018, su tasa bruta de graduación en ESO alcanzó 86,0% frente al 77,8% nacional, indicador de un ecosistema escolar que retiene y habilita a sus jóvenes para trayectorias técnicas de calidad. Hoy Euskadi destaca por su alto ingreso per cápita y un tejido industrial competitivo y diversificado que demanda —y valora— técnicos altamente calificados.

¿Qué lecciones se desprenden para Chile? Resulta clave ampliar la formación dual con estándares claros, tutores formados y proyectos reales en planta; construir un sistema de ETP integrado que conecte la educación media técnico-profesional con la superior y la capacitación laboral, con metas comunes y trazabilidad de egresados; igualar el financiamiento para CFT e IP premiando la empleabilidad, los salarios de inserción y la articulación efectiva; diseñar rutas curriculares claras que permitan avanzar desde el liceo técnico a la especialización con reconocimiento de aprendizajes previos; y promover la formación continua mediante subsidios e incentivos tributarios para el perfeccionamiento y la reconversión en pymes y sectores estratégicos.

La ETP no es un complemento: es la llave que abre las puertas del desarrollo productivo, territorial y humano. Allí donde florece un liceo técnico o un CFT vinculado a la industria local, nacen empleos de calidad, se fortalecen las comunidades y se instala la convicción de que el progreso no está reservado a unos pocos. Chile tiene el talento, la experiencia y los ejemplos para dar el salto; lo que falta es la voluntad de poner la educación técnico-profesional en el centro de un pacto nacional que nos atreva a construir un país más próspero, equitativo y preparado para el futuro. Apostar por la ETP es apostar por un Chile que no solo crece, sino que se transforma y se enorgullece de hacerlo con sus propias manos.

Roger Sepúlveda

Rector de Santo Tomás Concepción y Los Ángeles

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