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Columnista

¿Miedosos o exigentes?

Raúl Opazo Fuentes

Abogado
Investigador Asociado de Faro UDD.

por Raúl Opazo Fuentes

"El temor genera más daño que el delito mismo", señaló Daniel Johnson, director ejecutivo de Paz Ciudadana. Esta frase encapsula una línea argumentativa frecuente en el debate público, repetida entre sectores oficialistas. Sin embargo, vale la pena preguntarse: ¿somos una sociedad miedosa, o estamos ante una población con estándares de seguridad más exigentes?

Este argumento comúnmente procede así: primero se presentan las cifras nacionales de criminalidad junto a las encuestas de temor ciudadano. Luego, se contrastan con países latinoamericanos más peligrosos, pero con menores niveles de preocupación. De esta comparación concluyen que los chilenos tendríamos una sensación de inseguridad exagerada. Finalmente, culpan a los medios de comunicación de distorsionar la realidad delictual que percibe la ciudadanía.

Generalmente, se responde a lo anterior mostrando la evolución de las cifras de delitos en el país, por ejemplo, el aumento en un 160% de la tasa de homicidios desde 2015. Sin embargo, se omite algo fundamental: la preocupación por el crimen no es solo miedo, sino el reflejo del estándar de seguridad que una sociedad considera aceptable para el desarrollo de sus proyectos de vida.

Toda sociedad tiene expectativas sobre el riesgo apropiado para que sus miembros se desenvuelvan con normalidad. La sensación de inseguridad proviene, en parte, de un desajuste entre estas expectativas y la realidad experimentada. Esta reacción, lejos de ser patológica o inducida, es una respuesta saludable ante condiciones inaceptables. Quienes califican el miedo de exagerado buscan rebajar las exigencias de la población, entumecer la reacción ciudadana para que el sistema político no sea interpelado, y desviar la responsabilidad hacia factores externos.

América Latina es uno de los continentes más violentos del mundo, donde muchas personas han desarrollado habituación al crimen. Un estudio argentino reveló que personas previamente victimizadas mostraban menor reacción biológica ante imágenes de violencia que quienes nunca habían sido víctimas. Esto sugiere que las menores percepciones de riesgo no reflejan situaciones objetivamente mejores, sino adaptación psicológica al crimen. Las comparaciones internacionales que minimizan nuestras preocupaciones sugieren que deberíamos normalizar niveles de criminalidad antes intolerables.

El "miedo al delito" puede convertirse en fatalismo cuando la sociedad renuncia a exigir mejoras, pero también actúa como anticuerpo contra el deterioro social. Es legítimo debatir si ciertas demandas pueden ser contraproducentes, pero partir de que las preocupaciones ciudadanas son intrínsecamente exageradas constituye un error de diagnóstico que impide abordar los desafíos de seguridad. Más bien, es el sistema político quien debe elevar sus estándares de respuesta. Esto define si avanzamos hacia una sociedad más segura o a una más resignada.

Raúl Opazo Fuentes

Abogado

Investigador Asociado de Faro UDD.

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