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La convivencia estudiantil, en nuestro país, siempre fue un acto muy espontáneo, porque todos entendían que la escuela era el espacio de socialización y aprendizaje de los niños y jóvenes, entendían que la escuela contribuía a complementar el proceso educativo que se iniciaba en el hogar y que luego se ampliaba en la escuela, sumando, además, los aprendizajes de las diferentes ciencias y disciplinas.
Actualmente tenemos una familia que educa muy poco o casi nada y que se ve superada; por un escenario social, donde la violencia y la transgresión a las normas y leyes se expresan recurrentemente y una escuela asignaturista centrada, preferentemente, en el aprendizaje sistemático, dejando bastante de lado el diálogo formativo. Lo anterior se origina producto de las exigencias que nos plantea el sello competitivo de nuestro modelo educativo, poniendo la escuela en tensión, con las mediciones nacionales (SIMCE y PAES), en aras de "medir la calidad de la Educación", que como país estamos entregando. El tema de la calidad, obtenido bajo los indicadores que aportan estos instrumentos, es absolutamente discutible, tanto en sus guarismos como en la utilidad que pudieran aportarnos en tiempos de esta crisis pos pandemia, que nos dejó una cohorte de estudiantes con muchas afectaciones emocionales y muchísimas conductas disrruptivas, instaladas en el contexto social y que invaden nuestras escuelas en todos los niveles.
Resulta extraordinariamente difícil, por no decir imposible, tener una educación de calidad en un escenario social con estas características.
Para enfrentar esta situación, se requiere que las escuelas puedan desplegar actividades y acciones, desde la orientación y convivencia, con el fin de pacificar y retomar la senda del diálogo y el respeto donde, espontáneamente, la calidad haga su arribo por añadidura.
La convivencia estudiantil, a casi dos años de presencialidad, sigue manteniendo a la escuela en un estado de alerta permanente, tratando de prevenir las peleas, el consumo de drogas y también el porte de armas. Cada una de estas situaciones y otras, obliga al encargado y equipo de convivencia a desplegar los protocolos, a solicitar la presencia de carabineros, quienes deben abandonar otros requerimientos, para atender, por ejemplo, un porte y exhibición de arma, ocupando, más de 5 horas en todo el procedimiento. La unidad de convivencia escolar debe atender todo tipo de situaciones presentada por los estudiantes y docentes, cumpliendo con resguardar que no se produzca ningún acto de vulneración a los derechos de todos los integrantes de la Unidad Educativa, y cuando esto ocurre, está obligada a desplegar los protocolos, con todos los detalles y el tiempo que éstos demandan para su correcta aplicación.
Los protocolos tienen que ver con los procedimientos que deben aplicarse en las diferentes situaciones que surjan en el quehacer cotidiano de la escuela, garantizando así, el "Estado de Derecho", en una organización extraordinariamente compleja, llamada a ser el espacio privilegiado, donde se comienzan a vivir y a ensayar las conductas que posteriormente caracterizarán a las sociedades del futuro. Para abordar y resolver los temas de convivencia estudiantil, se requiere, entonces, disponer de más espacios, en el currículum, para mejorar la socialización de la escuela, a cambio del actual modelo que promueve la competencia y el rendimiento; como también, entregar facultades resolutivas a los Consejos Escolares con el fin de resolver, en la escuela, muchas de las problemáticas que hoy deben abordarse, protocolarmente, con actores y servicios externos, causando en ellos una saturación y alejándolos de las funciones que cumplen en el contexto de la sociedad.
Es un desafío reinstalar la buena convivencia en la escuela; pues nuestros jóvenes siempre representarán la esperanza y merecen vivir y soñar en un mundo mejor.
Mario Morales Burgos
Profesor
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