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Columnista

Estado educador o estado policial

Alejandro Mege Valdebenito.

por Alejandro Mege Valdebenito.
"¿No queréis educar a los niños por caridad?, ¡Pero hacedlo por miedo, por precaución, por egoísmo! Moveos, el tiempo urge; mañana será tarde." 

Domingo Faustino Sarmiento. 1811-1888.

La educación, y lo sabemos, junto con ser un derecho humano, es una realidad social y un deber natural e ineludible de la familia y de un Estado educador que no puede eludir esa responsabilidad histórica cuando la familia, por las razones que sean, de pobreza, cultura, abandono, aislamiento geográfico, precariedad laboral, u otra limitante, no está en condiciones de cumplir con ese rol, le corresponde al Estado, sino quiere negar su condición democrática,  asumir esa tarea y establecer los mecanismos y suministrar los recursos para que el derecho a una educación de calidad, entendiendo calidad como la formación integral del futuro ciudadano o ciudadana capaz de cumplir con los deberes que lo habilitan para hacer uso de sus derechos, formado cívica y democráticamente para convivir con los demás individuos de manera digna, solidaria  y respetuosa del derecho ajeno y de los bienes privados y público, que forman el patrimonio de la sociedad en que se vive, no solo material y cultural, también, y especialmente, de un comportamiento ético y moral civilizado que le da valor e identidad. Un Estado educador remueve los obstáculos que impiden que la educación alcance a todos como lo garantiza la propia Constitución por ser el medio más eficiente que se conozca para construir una sociedad sana, honesta y solidaria que fortalezca los valores de dignidad humana y destierre la discriminación y el odio que envilece y destruye el concepto de lo humano. El Estado no puede cerrar los ojos y hacer oídos sordos para asumir la realidad educacional del país que preocupa y que numerosos estudios, investigaciones serias, opiniones de especialistas del área han expresado públicamente y que circulan a diario en los medios de comunicación e información dando cuenta de los perniciosos efectos de una educación deficiente, incapaz de lograr en las nuevas generaciones, y en las no tanto, hábitos y comportamientos sociales positivos y constructivos como dan cuenta cada día la violencia escolar, la delincuencia, el vandalismo, el destruir por destruir (la razón de la sinrazón), el narcotráfico, el robo, los asaltos, las violaciones y los homicidios, muchos de ellos cometidos por menores de edad que no han recibido la educación que pudiera haber reorientados sus vidas por el buen camino. Una educación, que desde las etapas de educación inicial, básica y media, que sea inadecuada, ineficiente o inexistente en valores, constituye el peor enemigo de una sociedad. Y eso se sabe, pero parece que solo se sabe y se considera que para combatir todas las lacras de una sociedad hay que llenar las calles y los espacios públicos de guardias y de policías en cada cuadra de una calle, en cada edificio, en cada centro deportivo o espacio de recreación; cubrir de  alarmas todos los domicilios, sembrar de cámaras de vigilancias y semáforos los espacios públicos y privados, para reprimir la delincuencia y ordenar el tránsito y en lugar de construir y fortalecer un Estado educador, se construya un Estado policial, con policías que, más allá de sus labores normales y  habituales de presencia  ciudadana,  mantengan un estricto control sobre las personas y la sociedad, suprimiendo libertades civiles, agrediendo la democracia y multiplicando los mecanismos de vigilancia, utilizando la fuerza, le represión y la condena, cuando la herramienta más eficaz para eliminar la violencia, la delincuencia, incluso el crimen, que resulta ser más eficiente, más permanente, incluso menos onerosa en recursos y en vidas humanas, es una educación en valores y en formación de conductas sociales deseables.

Es de esperar que quienes asumen los poderes del Estado y son responsables de velar por  la estabilidad, la justicia, el bienestar y la moral de la  sociedad, se pongan de acuerdo, cedan espacio en sus posturas personalistas e ideológicas y piensen en el país y no solo en sus interese personales o de grupo por más que los estimen que son más legítimos que los de los otros y que todos son responsables de la educación de los miembros de la sociedad y que es la educación la que los hermana y los hace mejores y que una mala educación o la negación de ella tiene consecuencias lamentables, las que nadie quiere para una vida social solidaria, justa y en paz.

De no hacerlo, sería legítimo pensar que la educación que se necesita también ha estado ajena en la formación de quienes, desde el Estado, lideran la vida en sociedad.

Alejandro Mege Valdebenito

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