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Columnista

Ética, política y educación

Alejandro Mege Valdebenito.

por Alejandro Mege Valdebenito.
"La política se ha llenado de individuos que se reconocen y se promocionan mutuamente con una simple mirada: es la mirada del poder." 

Fernando Savater.

Durante el tiempo que hemos vivido y, en especial el que se vive, no recordamos que, tanto el  concepto de ética, como el de  política,  hayan sido tan vulnerados y manoseados como ha ocurrido  en estos días y su degradación se ha hecho sin el menor rubor  ni  signo alguno de vergüenza por los actos delictuales cometidos, que socavan no solo la fe pública y la confianza ciudadana, sino  también los recursos del Estado, que son los de todos los chilenos,  destinados a resolver las necesidades más vitales de los ciudadanos y se hace sin asumir responsabilidad alguna, perdiendo  la ética y la política su esencia y su razón de ser, conceptos que tienen un profundo sentido para la vida democrática y que, en algún momento la educación familiar y social tímidamente trataran de anidar en nuestras mentes y en nuestros ideales, en nuestra formación como seres humanos, como la base del comportamiento moral que la familia y la sociedad quieren transmitir a sus hijos y a las generaciones futuras para construir una sociedad más solidaria, honesta y en paz. Actitud que, además, debilita las bases del propio gobierno, dejando al descubierto que sus detractores no están solo afuera, se encuentran también entre quienes afirman ser sus partidarios, cuando la cruda realidad muestra que las redes de poder que se construyeron era para pasar la cuenta de lo que se creía un "incondicional" apoyo al gobierno en el que militan y lo hacen imponiendo su personal definición de ética y de política desde la altura intelectual que estiman poseer y de una singular pureza moral que se asignan a sí mismos.

La política, como arte de gobernar (gobernar de manera justa y honesta, claro) tiene como objetivo conseguir el bien común de la sociedad, de toda la sociedad,  y que es posible de alcanzar cuando quienes representan los ideales del pueblo que los eligió actúan de acuerdo con normas y principios éticos reconocidos y aceptados como sociedad, sin que sus actuaciones sean  corrompidas por intereses o ambiciones de unos pocos elegidos con un poder político transitorio que hay que aprovechar. Para algunos ser corruptos -y más con poder-constituye una oportunidad que no se puede desperdiciar, menos cuando en una comunidad humana se considera que la honestidad no es rentable, que no obtiene beneficios. Situación que se produce cuando la educación de la propia familia y del medio trasmite el mensaje que la búsqueda del éxito económico es la meta que se debe alcanzar al precio que sea. A su vez, la ética como la reflexión racional, objetiva y crítica sobre el valor que tiene la conducta de las personas, una conducta basada en principios y valores que dan dignidad al ser humano  se construye y se refuerza a través de una educación y de un ejemplo familiar, institucional y social que tenga carácter formativo, de esa educación de la hace tiempo no se habla, que se rehúye, que está olvidada, pero que tenía calor y sentido de humanidad compartida, de esperanza, de un futuro posible para todos quienes estaban dispuestos a revestir la política de la vida diaria personal y pública con el ropaje transparente de la honestidad, la justicia y la solidaridad, sin aprovecharse de nadie y menos de los recursos que el país, a través de los órganos del Estado debe ofrecer, sin distinción alguna, a todos los ciudadanos.

De ahí que, la formación ética y política necesaria para dirigir  el gobierno del país no la entrega la educación de hoy, de modo que los estudios, títulos y grados profesionales, aún los de la más alta calificación académica, no constituyen aval alguno para el honesto desempeño de las funciones públicas, menos si se hace con un ego desbordado que mira con desprecio la experiencia acumulada.

Alejandro Mege Valdebenito.   

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