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Columnista

"Calidad, como forma de vida"

Alejandro Mege Valdebenito.

Columna escrita por Alejandro Mege Valdebenito.

por Alejandro Mege Valdebenito.
 "La educación sin valores, por muy útil que sea, parece más bien hacer del hombre un diablo más inteligente". 

C.S. Lewis.

El concepto "calidad", tan reclamado y cuestionado en educación, tiene distintas interpretaciones y usos según sea el hecho o situación a la que se aplique y cuales sean los resultados que se espera alcanzar.

Así, cuando se habla de calidad de vida, esta se encuentra asociada a la calidad de los distintos servicios a los  que se accede, ya sean públicos o privados (y las comparaciones de calidad entre uno y otro no se dejan esperar), así sucede con el acceso a la  salud, al trabajo, a la educación; a la calidad de los servicios básicos, como vivienda, agua y luz; la calidad del transporte público, como la atención que se recibe de los distintos servicios a los que la población acude para buscar soluciones a los problemas de la vida diaria.

Sume a lo anterior una larga lista de situaciones, artículos, productos o elementos que los seres humanos requieren para una vida más digna y en paz, como la calidad de los productos que una persona consume, que viste o que utiliza para su recreación, información y comunicación, del mismo modo como se espera calidad de los medios de movilización y transporte.

Tan importante y necesario lo es también la calidad, calidez y actitud respetuosa y tolerante de las relaciones interpersonales, donde las personas, aún en sus legítimas diferencias, se respetan; en la recíproca atención entre los que venden y los que compran; en el cumplimiento de los deberes, en la solidaridad y la amistad cívica.

Calidad en la práctica de  las habilidades blandas, en suma, dimensión humana que el sistema educativo ha descuidado y cuyas consecuencias, a veces dramáticas, se viven a diario en el comportamiento de los estudiantes, tanto dentro como fuera de los recintos escolares, como ocurre en algunos establecimientos llamados "emblemáticos" por la "calidad" de la educación que imparten, de donde emergen estudiantes encapuchados de blanco (¿pureza de intenciones?) a desafiar el orden público, cometer desmanes, destruyendo y haciendo arder lo que encuentren a su paso, incluido el propio lugar donde se "educan" con una calidad que está lejos de serlo. De hecho, existen algunos profesionales que, por no haber sido educados con calidad, devienen en inteligentes e ingeniosos enemigos públicos.

La calidad es posible medirla, cuantificarla en muchas actividades productos más, en cambio, la calidad en educación se evalúa, se aprecia, se visualiza, se siente y se transmite como un valor permanente de humanidad compartida. En educación, la medición, como sinónimo de calidad (la nota) tiene el objetivo de realizar comparaciones entre un individuo y otro (entre un curso y otro, así como una escuela y otra) sobre cuánto han asimilado los alumnos de una asignatura o del programa de estudio.

Es un medio para destacar - para  "ganar", en una competencia que siempre es desigual- a unos sobre otros. Evaluar, en cambio, se debe usar para conocer la efectividad del proceso educativo en cuanto al progreso, desarrollo y valoración personal de un individuo en relación con los objetivos de la educación.

Así, mientras la medición proporciona información, la evaluación juzga dicha información y, lo que es más importante, en lo que casi nunca se utiliza, es un valioso insumo que debe servir para reorientar y mejorar las prácticas pedagógicas que permitan mejorar las deficiencias y optimizar los resultados del proceso educacional con carácter formativo y no solo del desarrollo del área cognitiva transmitiendo y almacenando información la que, al poco andar se olvida y que no siempre sirve a las necesidades reales de la sociedad en un mundo que cambia y requiere nuevas competencias en el área de los valores que potencian el ser humanos.

Una educación de calidad permite alcanzar la igualdad, en una sociedad que pretenda una democracia donde reine una libertad responsable y una fraternidad que nos una en un destino que, más temprano o más tarde, resulta ser igual para todos.

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