Chile siempre ha sido un país minero, a través de los siglos su configuración geográfica le ha dado su estructura económica, desde que el conquistador Pedro de Valdivia comenzó a explotar los lavaderos de oro del centro y sur del territorio, donde prácticamente todo el mineral se embarcaba a España, y que gracias a dicha actividad se debió el nacimiento de varias villas y pueblos en la época colonial, y otras que florecieron luego de la Independencia. Junto a la producción agrícola y ganadera, la explotación de plata, cobre, y carbón, le dieron el ritmo a la economía nacional, fomentando el comercio, el transporte, la manufactura, etc., aunque es evidente que dicha riqueza no supo ser aprovechada por los gobiernos del siglo XIX.

Una vez victoriosos de la guerra contra Perú y Bolivia, anexamos los ricos territorios salitreros del norte, y comenzaríamos a sentirnos orgullosos de las millones de toneladas de mineral que salían desde los puertos chilenos hacia todo el planeta, pasando a ocupar los primeros lugares a nivel mundial en la producción salitrera, y también de cobre, algo nunca antes visto en nuestra historia patria. Sin embargo, no todo lo que brilla es oro, o salitre en este caso, porque ese negocio tampoco era chileno, el país carecía del capital y de la formación técnica para hacerse cargo de la industria. El extranjero trajo la inversión, los ingenieros y los especialistas en minas, Chile se puso con la tierra, el obrero y la picota, sin participar en las compañías, en consecuencia, a los gobiernos no les quedo otra alternativa que arrendar la tierra al capital extranjero, donde el Estado chileno no fijó ni el precio del arriendo, ni menos el precio del mineral.

Así ha sido por siglos, el oro, el salitre, el cobre, y en menor medida la plata y el hierro (la minería chica) moldearon parte de nuestra economía, la sociedad e identidad. Luego de detenida la producción calichera, y la Gran Depresión, el cobre pronto se consolidó como uno de los principales motores de la economía nacional a mediados de los años 40, y tampoco siendo chileno. El proceso de chilenización del cobre comenzó a mediados del siglo XX, con la formación de sociedades mixtas público-privadas, y culminó con la completa nacionalización en 1971, un significativo avance por medio de un gran pacto político transversal. En la ocasión se creó Codelco, que estaría a cargo de la extracción y comercialización, nos convertimos en líderes globales. Pero la demanda mundial aumentó, la producción chilena no fue suficiente, se impulsó la economía de libre mercado, y ya a principios de la década del 80, y en adelante, tanto en dictadura como en democracia, gran parte de la producción nacional de cobre provenía de nuevo de la extracción por capitales extranjeros.

Hoy es el turno del litio, consientes del gran desafío - que en otras páginas de la historia hemos desperdiciado - este metal nuevamente nos posiciona como protagonistas a nivel mundial, una nueva oportunidad para tomar la posta de los recursos que la naturaleza y la guerra nos ha dado, pero esta vez teniendo los medios para llevar a cabo las negociaciones que articulen esta naciente fuente de ingreso, que genere la riqueza suficiente para abordar las diversas necesidades sociales. Estamos contra el tiempo, porque tal vez como ocurrió con el salitre, es probable por ejemplo, que con la rapidez de los avances tecnológicos aparezca un material que sustituya al litio, o que, la lucha contra la crisis climática dé un golpe de timón hacia nuevos paradigmas, en definitiva, las amenazas propias de un recurso estratégico de largo plazo y un futuro incierto.

Luis Enrique Garretón

Ingeniero, investigador histórico.