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El salitre, en su momento, fue considerado como la viga maestra del desarrollo económico del país; el cobre lo es hoy y el litio puede serlo en un futuro cercano, más todos son recursos finitos, pero es la educación, sin duda alguna, la que ha sido, es y lo será, de manera permanente, la base de sustentación, la viga estructural sobre la que descansa toda la construcción física y humana de la sociedad, así como su crecimiento económico, cultural, social y espiritual. Su influencia se expresa en todos los ámbitos de la vida en comunidad, como lo son la salud, el mercado laboral, el desarrollo científico y tecnológico, la industrialización, el cuidado del medio ambiente, la superación de la pobreza, en la libertad individual capacitado para tomar decisiones por sí mismo, asumir los derechos y cumplir con los deberes ciudadanos de manera libre, consciente e informada, comprometerse en la consolidación de la democracia y en la toma de conciencia de la responsabilidad que tiene cada individuo en el progreso y el bienestar colectivo. La educación permite la adquisición y dominio de competencias y habilidades en el uso del lenguaje y la matemática, así como en las demás ciencias, para una mejor comprensión y relación con el medio; en cómo entender y enfrentar de modo constructivo los fenómenos sociales, con capacidad de crítica y, al mismo tiempo, de autocrítica, para encontrar la mejor forma de resolverlos de manera solidaria y propositiva. La educación está en la base de las organizaciones sociales de todo tipo, está en los medios de información y comunicación, en el arte, en la política (en la sana política, por cierto), en las religiones, en las convicciones éticas y en las acciones morales de los individuos. A la educación nada le es indiferente o ajeno. La educación no solo reduce los índices de desigualdad y afecta la modernización de los sistemas productivos, también provee de valores y comportamientos ciudadanos necesarios para una convivencia solidaria y en paz, donde el "otro" vale tanto o más de lo pretendo valer "yo", cualquiera sea su condición social, cultural o económica, incluso incrementa las esperanzas de vida.
Sin embargo, la educación a que todos tienen derecho no resulta ser de igual calidad para todos, calidad que condiciona los resultados que de ella se obtienen y que permiten o limitan a cada uno su participación en la vida en sociedad en igualdad de condiciones y donde las diferencias naturales que se producen solo dependan del esfuerzo, el interés, la perseverancia, la disciplina y no de limitantes económicas o sociales, incluso ideológicas. De ahí que, alcanzada la cobertura educacional, la educación que se imparte resulta insuficiente si no es de la calidad necesaria para alcanzar, junto con el progreso económico, el mayor nivel posible de formación humana de todos los individuos.
La baja calidad educativa de nuestro sistema educativo queda reflejada en una reciente investigación del Centro de Estudios Públicos (CEP) que indica que más de un 80% de los chilenos entre 16 y 65 años no tiene el nivel mínimo para funcionar en el mundo de hoy, situación que parece no preocupar mucho a quienes toman las decisiones en políticas educacionales que apunten efectivamente a mejorar la calidad de nuestro sistema educativo con una educación que libere y no conduzca a las personas hacia determinadas y excluyentes ideologías, sino que les entregue las herramientas necesarias para cada uno pueda decidir y construir con compromiso social, su propio destino y el de la sociedad en que vive, responsabilidad que tiene toda la sociedad y, en especial, el Estado que la representa.
Alejandro Mege Valdebenito.
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