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Columnista

Tras el 18 de octubre

Miguel Pezoa Reyes
Presidente de la Cámara de Comercio, Servicios y Turismo de Los Ángeles A.G.

por Miguel Pezoa Reyes
Presidente de la Cámara de Comercio, Servicios y Turismo de Los Ángeles A.G.

Hoy 18 de octubre, sin ser efeméride, es una fecha especial para nuestro país, con distintos simbolismos y sensibilidades. Sin duda, distintas miradas y significados tiñen este día, a dos años del Estallido Social. Por un lado, recordamos cómo, perplejos, veíamos por televisión hechos que en principio parecían aislados, pero que después se fueron concatenando hasta formar el guion perfecto de una película que parecía de ficción.

En los hogares, las televisiones y equipos de radio, encendidos todo ese día y los sucesivos, no paraban de dar cuenta de incendios en distintos puntos y disturbios que paralizaron al país. La incertidumbre se apoderó de todos y empezamos a conocer una fisonomía nueva de nuestra tierra.

Nunca nuestros negocios habían lucido fachadas cubiertas de planchas metálicas o de madera, propios de un paisaje rústico, como sacado de película del viejo oeste. Tras ese día, Los Ángeles empezó a parecerse a un pueblo fantasma: los comercios empezaron a cerrarse a eso de las cinco de la tarde, lo mismo muchas oficinas e instituciones, abstrayéndose las calles de público y vehículos. Había miedo. Había rabia. Había un estallido social.

Sociológica y psicológicamente queda mucho por estudiar acerca de este fenómeno, y ese papel no nos corresponde, pero sí podemos hablar de las razones que parecen habernos conducido a esta realidad y que, a simple vista, son válidas para cada uno de nosotros.

Inmersos en un medio donde la meritocracia se cambió por la pitutocracia, donde la clase media se ha estrujado por años como vaca lechera, donde las diferencias entre ricos y pobres son del porte de una galaxia, donde la equidad es una palabra que solo está en el diccionario, es claro que podía venir una rebelión social que estalló en la cara de la autoridad y de todos.

Lo malo es que la respuesta a esta cruda realidad fue destrucción de los espacios públicos y privados, muerte en algunos casos, y violencia en su máxima expresión. Pareciera ser que en el desahogo colectivo había un respiro catártico que, pese a su magnitud demoledora, paradójicamente no se ha capitalizado en un mayor bienestar social. De hecho, nuestro país, después de esa fecha, por esa y otras razones, es más pobre y vulnerable. ¿Estarán ahora contentos los heroicos gestores del estallido?

Después de ese 18 de octubre nos convertimos en un Chile diferente. Muchos de nuestros negocios no se decidieron a cambiar sus fachadas por miedo. Muchos bancos e instituciones internalizaron a tal punto las protecciones metálicas que hoy son parte de su imagen institucional y corporativa. Las calles otrora repletas de marchas, hoy se transformaron en calles llenas de interminables filas de personas tratando de ingresar a los locales y recintos de todo tipo a hacer trámites.

Nos convertimos en un Chile post estallido y pandemia que ofrece empleo donde no hay trabajadores; en un Chile donde hay miles que necesitan viviendas que en un futuro posiblemente sean impagables. Es lamentable la realidad que vivimos. Y no sabemos si va a cambiar. La clase media sigue estando al medio del asunto y las pymes aquí, luchando por reactivarnos de ese estallido y del azote del coronavirus.

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