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La Tribuna
Columnista

Ensayo sobre principios, valores y reaccionarismos

Bryan Smith. Observa Biobío

por Bryan Smith. Observa Biobío

El efecto de nuestras acciones en el presente, constituyen la esencia del futuro, así como en nuestro pasado repercute fuertemente en nuestro presente.

Las buenas acciones se sostienen sobre la conciencia y el apego a ciertos principios universales de quien las ejecute.

Recuerdo haber escuchado muchas veces en mi infancia y adolescencia sobre valores y principios como si fuesen sinónimos de un conjunto de reglas o parámetros para una conducta socialmente justa y aceptable. Con el pasar de los años, he podido dibujar una línea un poco más clara entre ambos significados, entendiendo los valores como una interpretación más subjetiva de las normas, como lo serían las reglas que, en cierto modo, adquirimos de las creencias espirituales de nuestro entorno familiar, transformando los valores en un sistema de interpretación caso a caso. Por otro lado, los principios tienden a la universalidad porque sobrepasan las fronteras del entorno cercano, ya que son parámetros aplicables a toda la sociedad.

Por ejemplo, el matrimonio es un valor religioso, pero no es un principio universal, ya que una persona o una familia, pueden clasificar el matrimonio como crucial para la vida, pero en la sociedad existen personas u otras familias que no estiman el matrimonio como algo vital.

Si bien los principios tienen su origen también en la espiritualidad, han alcanzado, con la evolución de la sociedad, un rango ampliado, extensible todas las formas de interacción. Entre estos principios humanos podemos encontrar: Respeto, resiliencia, prudencia, templanza, justicia, lealtad, etcétera.

Pero ¿Por qué es importante comprender la diferencia? Por la simple razón que pretender trascender valores al rango universal de los principios va contra el principio mismo de la libertad.

El mundo atraviesa por una oleada de movimientos reaccionarios que no comprenden ni toleran la libertad de los demás, pues no coinciden con sus valores y temen, fantasiosamente, que los valores ajenos, terminen por desplazar los suyos.

En este mismo sentido, es menester entender la libertad como un principio encausado por la sociedad, pues solo un sistema de reglas y leyes pueden evitar que algunos, los más fuertes, en su ánimo de sobrevivencia, destruyan y dominen con la violencia a los más débiles. La historia nos muestra innumerables ejemplos de esto.

Por eso, la libertad de vivir y experimentar todo lo que la vida implica (amar, conocer, socializar, no socializar, etc.) no está presente en la naturaleza, sino en la organización social, regida por un principio fundamental, el respeto por la dignidad de toda vida.

El principio supremo, el respeto por los valores ajenos y principios libres de imposiciones.

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