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Columnista

Hay que reiterarlo: la política no es un concurso de intelecto

Jorge Gillies, académico Facultad de Humanidades y Tecnología de Comunicación Social, UTEM

por Jorge Gillies, académico Facultad de Humanidades y Tecnología de Comunicación Social, UTEM

La coordinadora de la campaña del Rechazo, María José Gómez, señaló en un programa televisivo que el solitario triunfo de su opción en Las Condes, Vitacura y Lo Barnechea, se debe a que se trata de comunas altamente informadas.

Este tipo de enjuiciamiento se asemeja a las críticas que se plantean por el hecho que los electores de Donald Trump representan a sectores con menos educación e información, contraponiéndolos a los de Biden, que se concentran en las áreas urbanas con mayor nivel académico.

Estas aseveraciones, que se expresan no solo en Chile y los Estados Unidos, van de la mano de un creciente deterioro de la comunicación política, sobre todo en las redes sociales, donde los insultos y las descalificaciones mutuas van in crescendo.

Pero hay que reiterar que los insultos y desprecios no influyen en las decisiones políticas de los ciudadanos en ninguna parte del mundo y más bien tienden a reafirmar las posiciones preestablecidas.

Porque la comunicación política no es un concurso que mida el intelecto o la comprensión lectora de las personas. Los ciudadanos votan, o dejan de hacerlo, en función de sus expectativas, anhelos, ansiedades, frustraciones y temores. Esto ha sido siempre así en los sistemas democráticos. No reconocerlo es un error garrafal que cometen tanto políticos como analistas de la realidad.

Más que una mirada arrogante sobre los niveles de información y educación de los electores, habría que analizar entonces por qué el triunfo del Apruebo fue tan masivo en Chile y por qué Trump sigue concitando un apoyo tan amplio en la población de Estados Unidos. 

Lo cierto es que estos análisis de las causas de fondo de los procesos políticos siguen estando al debe en el foro público. Y no se trata de un lujo teórico. Obviamente, la política europea de las décadas de 1920 y 1930 no logró calibrar realmente el estado de ánimo de sus poblaciones. El resultado de esta carencia está a la vista.

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