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Columnista

Conmemorar vidas en un 1 de noviembre distinto

Karen Albert, directora del área Apoyo Humano de funeraria Inmemoria.

por Karen Albert, directora del área Apoyo Humano de funeraria Inmemoria.

En Chile, como bien sabemos, cada primero de noviembre es día feriado, un tiempo apartado de forma especial para que cada persona y familia pueda dedicar parte de sí y de su tiempo a aquellos seres queridos que ya han partido, tradición que justamente este año se vivirá de forma poco habitual en el contexto de la nueva realidad que nos impuso la pandemia.

Más allá de si unos u otros compartimos o no la creencia religiosa que da origen y sustento al nombre de esta fecha, El Día de Todos los Santos, hay una verdad transversal que no distingue creencias, culturas, ni ninguna otra característica más que el mismo hecho de ser persona. Son nuestras necesidades psicológicas  dadas a partir de la muerte de un ser querido, el "tener que aprender a vivir con este dolor (dolor por la pérdida), elaborar cuanto sea necesario para sobrellevar la nueva vivencia.

Es aquí donde los ritos y tradiciones cobran un lugar importante y traen todo sentido para que cada primero de noviembre aumente, más que en cualquier otro momento del año, la afluencia de visitas a los distintos cementerios de nuestro país.

Entre ritos y tradiciones, es en nuestro fuero interno donde podemos identificar cuáles de ellos nos otorgan lógica y una ayuda efectiva para vivenciar sanamente el duelo. Ahora bien, hoy, frente a la pandemia, nos hemos visto fuertemente desafiados: muchos de estos actos ceremoniales han sido puestos en pausa y, de hecho, bastantes de ellos derechamente no se han podido realizar. Citando lo venidero, este primero de noviembre los cementerios estarán cerrados y nadie podrá visitar a sus seres queridos.

Entendiendo entonces las exigencias sanitarias y el valor de un cuidado responsable tanto por la vida propia como la de los demás, debemos velar también por que el proteger un área no deje descubierta a otras.

Desde el servicio constante de acompañamiento psicológico a dolientes, compartimos cuan sano es que tomando conciencia de nuestras necesidades, las valoremos y construyamos junto a nuestras redes de apoyo, acciones viables de cuidado hacia nuestro bienestar y el de aquellos que nos rodean.

Es sano, respecto al duelo, que desarrollemos espacios donde nos encontremos con nuestros seres queridos (puede ser o no físicamente) en una actividad que tenga valor compartido honrando la memoria de quien falleció.

Elaborar, por ejemplo, una comida que tenga un valor especial para la familia; definir juntos un día en que nos vistamos todos de un color que para este grupo en particular tenga especial sentido; resignificar también el dolor de la pérdida al mejorar la vida de otros en obras que hemos valorado junto a quien falleciera, por ejemplo, donando un árbol o a la protección de niños en ONGs como Cultiva o World Vision respectivamente. Todas estas, entre otras, son maneras que cada familia puede descubrir en lo íntimo, para que, pese a las restricciones sanitarias habidas, se halle a sí misma y construya un camino de conmemoración por aquéllos que habiendo partido físicamente,  siguen estando, si bien de otras formas, para ellos, aquí presentes.      

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