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La Tribuna
Columnista

Función socializadora y cultural de la educación

Alejandro Mege Valdebenito

por Alejandro Mege Valdebenito

Educar una persona en la mente pero no en moral es educar una amenaza para la sociedad. (Theodore Roosevelt).

Los acontecimientos que hemos estado viviendo, que tuvieron un recrudecimiento importante a partir de octubre del año pasado, unido al flagelo mundial  del coronavirus, están marcando una nítida línea entre un antes y un después en nuestra sociedad y cuyos efectos que impactan e impactarán en todos los aspectos de las relaciones sociales, así como en los sistemas educativos, sanitarios, productivos, laborales, culturales, micro y macro económicos, políticos y en la gobernanza del país, tendrán efectos que se prolongarán, por mayor o menor tiempo, en la medida que frente a la situación que afecta  e involucra a todas las personas e instituciones éstas no asuman  con responsabilidad,  en un esfuerzo personal y colectivo, acciones concretas para contribuir a superar los problemas  que sufren especialmente las familias más vulnerables.

 Dada la representación ciudadana que tienen, la mayor responsabilidad recae en las autoridades y en los líderes políticos y sociales, así como en su capacidad para construir acuerdos que se respeten y se cumplan en beneficio del bien común, objetivo que es - o debería ser- la función que justifica y legitima el quehacer de los actores de la vida pública, lo que conlleva, mediante una relación dialogante, a construir puentes que unan y no cavar trincheras que dividan.

Para ayudar a la formación y toma de conciencia de las personas de la realidad social, económica y política que se vive, base de la reconstrucción de una normalidad más justa, se vuelve la mirada hacia la educación como el medio y el instrumento más eficaz para conseguirlo.

Se debe reconocer que la educación no es neutra frente a la formación del ser social y ciudadano, constituyéndose en ese sentido en una actividad política en el más puro y ético sentido del concepto, hecho que supone la instalación de un amplio pacto educativo social para cumplir con los objetivos de transmisión de los elementos más útiles y purificados de la civilización y la cultura que nos fue legada  para lo cual tiene la función de relacionar los hechos del pasado con los de un mejor futuro posible. De ahí que la educación sea la más conservadora de las actividades y, al mismo tiempo, la más transformadora, siendo el acto educativo la ineludible relación entre lo que una sociedad fue, es y quiere ser. Es por eso que la escuela, desde la base del sistema educativo formal, como espacio público compartido, tiene la finalidad de formar ciudadanos con habilidades para vivir en una sociedad plural, disminuir los conflictos que tensionan la convivencia y fortalecer la libertad y la democracia; fomentar la autonomía, el diálogo respetuoso y constructivo, apreciar el valor del pluralismo y aceptar al otro como esperamos que nos acepten en nuestras diferencias mientras no se atente contra dignidad de las personas, la justicia, la paz y la moralidad.

En este pacto educativo social la escuela, junto a su función de transmisión cultural, cumple una tarea civilizadora  (no domesticadora cuando considera al alumno un objeto en construcción y no un sujeto capaz de edificarse a sí mismo) de inserción del individuo a la comunidad en la que nació y en la que vive para lo cual debe conocer y practicar los códigos y  reglas, escritas o no, que rigen la vida en comunidad para ser aceptado en ella como uno más de sus miembros para construir entre todos un destino que, a la postre,  resulta ser común.

En esta tarea,  corresponde a la familia, con relación a sus miembros, cumplir un rol fundamental en la formación en hábitos y valores de sana convivencia; en la disciplina y responsabilidad de sus actos,  así como en la formación del carácter moral. A su vez, la escuela y el profesor tiene la función de transmisión del saber, de comprobar la comprensión del mismo, así como la permanente evaluación del correcto uso que haga del conocimiento para determinar las debilidades del proceso educativo y corregirlas,  unido al desarrollo de destrezas y habilidades intelectuales, junto con cimentar y fortalecer la conducta ética de los estudiantes.

En este sentido, el centralismo en la planificación y toma de decisiones en el sistema educativo junto al abandono de la familia en la socialización fundamental de sus miembros carga al docente con una cuota de impotencia y desaliento frente a la pretensión de formar a una persona de acuerdo a los objetivos de un sistema educativo donde el discurso político y económico resulta no tener correlación ni ser consecuente con el discurso educativo y pedagógico de la escuela.

Resulta entonces que el sistema educativo puede tener un mayor efecto en la formación individual, en la reconstrucción social y económica, en  la convivencia pacífica y solidaria, en la conducta ética de la sociedad en un ambiente de paz y tolerancia y de verdadera democracia, en la medida  que la estructura centralizada del sistema educativo se modifique y exista una mayor participación y autonomía en la gestión educativa de la escuela y los docentes.

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