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Cada quien mata su piojo

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por La Tribuna
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En tiempos de crisis, la especie humana deja ver ante la sociedad lo mejor y lo peor de su forma.  Afloran sentimientos, valores y antivalores que a menudo escondemos con caretas, sujetos a los estereotipos que nos exige el medio en que estamos insertos. Hoy, a raíz de esta pandemia,  vemos cómo estas seudorealidades se derrumban,  el miedo se hace latente frente a un futuro sobre el cual desconocemos a que nos veremos enfrentados y, que a vez nos da  la oportunidad de reinventar nuestras vidas. Hoy de una manera más globalizada, literal y popularmente, "bailamos con la fea a destiempo y sin armonía.

Se habla de quedarnos en casa y de un sector de la población pidiendo tajantemente cuarentenas totales, sin medir las consecuencias que conlleva esto, cayendo una vez más en el egoísmo e individualismo enfermizo que nos carcome como sociedad, ya que nos olvidamos de una realidad presente en la idiosincrasia chilena y, por qué no decirlo, también latinoamericana. Me refiero a lo que vive una parte de la población en este planeta, a aquellos que si no trabajan a diario no tienen para un plato de comida, a los que producen y generan sus recursos a diario para pagar los gastos que se consideran básicos para poder subsistir, a aquellos que no están bancarizados, ni poseen la solvencia para endeudarse u optar a un crédito, a toda esa gente que no tiene y no tuvo la capacidad de ahorro y en estos momentos echan mano a un par de "morlacos".  ¿Había usted pensado en ellos?

Cuando empezó la crisis sanitaria a nivel mundial entorno al coronavirus, lo veíamos como algo muy lejano, como una situación que no nos tocaría y tampoco sucedería en esta larga faja de tierra. De la misma forma como vemos habitualmente la mayoría de las vicisitudes que suceden en este mundo, lejanas y sin empatía. Sin embargo, hoy nos vemos inmersos en ella siendo parte del mismo carro. A su vez, de forma colectiva se manifiesta lo que para muchos es un tabú y a su vez un ciclo natural de todo ser vivo "la muerte", transformándose en una especie de catarsis, que nos lleva a estados de sentimientos y reflexión que nos hace replantear, valorar y dimensionar nuestras vidas. Si con esto no cambiamos nuestro pensar y actuar, nos daremos cuenta de que nada hemos aprendido.  ¿De qué sirve volvernos locos comprando artículos e insumos supuestamente de primera necesidad si no tenemos cultura de racionamiento?  Ya solo basta con mirar las postales de diferentes medios de comunicación y redes sociales que mostraban un país desabasteciendo supermercados y cuanto almacén de barrio estuviese abierto. Un egoísmo potenciado, condimentado con un individualismo exacerbado, que pone en práctica el refrán "cada quien mata su piojo", sumergiéndonos siempre en ese estado narcisista que no nos permite ni siquiera darnos cuenta de la realidad al otro lado de la cerca. O para que le quede más claro, si nuestro vecino tiene con qué parar la olla en estos tiempos de pandemia.

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