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Columnista

La docencia: ¿oficio o profesión?

La Tribuna

por La Tribuna

Por Alejandro Mege Valdebenito.

Hace dos décadas, bajo este título, la Revista Interamericana de

Desarrollo Educativo de la OEA pública un artículo de la psicóloga argentina

Ana María Pérez  que, si bien considera

estudios e investigaciones sobre la (des)valorización social de la figura del

profesor en su país, sus conclusiones 

son coincidentes  con

investigaciones realizadas en nuestra realidad nacional, situación que, sin

bien viene dándose desde hace varias décadas, se profundizan y van quedando patentes

en cada movilización de los profesores, especialmente del sistema público,

cuando tienen que enfrentar a la autoridad por mejorar las precarias  condiciones en que llevan a cabo su tarea

docente, que muestran una marcada desvalorización de la profesión,  en un sistema educativo caracterizado por el

acceso desigual y la exclusión de aquellos alumnos que, por razones sociales,

económicas o ideológica no reúnen los méritos para ingresar a  establecimientos selectivos que ofrecen

calidad educativa, proponiéndose para ello un sistema de selección que se ha

denominado -por si alguien desprevenido de verdad lo creyera - admisión

justa. En esta situación la condición profesional del docente que antes  fuera respetada y se le reconociera  un rol bien definido con un alto grado de

autonomía en el desempeño de su labor, hecho que es característico de una

profesión, su tarea se encuentra 

regulada y limitada a la ejecución de 

programas y acciones concebidas por otros, diseñados a gran distancia de

la realidad de una sala de clases, como un funcionario más de la burocracia

administrativa centralizada y reproducida a niveles locales. Así, la

consideración profesional del docente que 

se dedicaba a educar, antes que instruir, transmitiendo la promesa que

el  gobierno hace a las nuevas

generaciones de menores recursos  de

movilización social para formar al hombre nuevo en una sociedad más

igualitaria y justa, se fue lentamente desperfilando acosado el maestro por

obtener de sus  alumnos resultados

cuantitativos; la formación cualitativa, en gran medida, fue considerada

innecesaria cuando de competir y ganar se trataba, sin fijarse mucho en los

procedimientos que se realizaban para 

conseguirlo.

A su vez, las organizaciones gremiales -el Colegio de

Profesores- han diseñado,  pensando tal

vez en el rol social que cumple el profesor, una nueva imagen de la función

docente: el de trabajador de la educación, (En más de una oportunidad en las

asambleas nacionales del Colegio de Profesores se propuso cambiar su nombre por

el de Trabajadores de la Educación para estar a la par con el resto de los

trabajadores) sin hacer distinción entre las distintas tareas que se realizan

al interior de los sistemas educativos y de otras actividades del mundo

laboral, de modo que el ejercicio de la docencia podría reconocerse tanto como

un oficio o como una profesión. Una especie de profesionalismo tecnocrático

para preparar mano de obra para el mercado.

La desvalorización social de la profesión docente, el

cuestionamiento de la autoridad a la labor que realizan los profesores, el poco

respaldo de la familia, políticas educacionales que responden más a intereses

sectoriales que al interés general; las exigencias de cumplir con un currículo

escolar en cuya elaboración no tienen injerencia, desmotiva a los maestros que

no tienen claro si para la sociedad, incluido las autoridades de todos los

niveles, el ejercicio de la   docencia,

que excede la sala de clases y se proyecta en la comunidad, es considerada un

oficio o una profesión, o ambas cosas a la vez.

Parece necesario definirlo.

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