Regístrate Regístrate en nuestro newsletter
Radio San Cristobal 97.5 FM San Cristobal
Diario Papel digital
La Tribuna
Columnista

Que te conozcan a ti, el único Dios verdadero Jn 16,12-15

La Tribuna

por La Tribuna

«Padre..., esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único

Dios verdadero, y al que has enviado, Jesucristo» (Jn 17,3). Con estas

palabras, que pronunció Jesús, «elevando sus ojos al cielo», comienza el

Catecismo de la Iglesia Católica. Jesús define la vida eterna, que es la

felicidad plena y sin fin del ser humano, como el conocimiento del único Dios

verdadero. Para darnos este conocimiento, en el que consiste la vida eterna,

fue enviado Él mismo al mundo: «He manifestado tu Nombre a los hombres que me

has dado, tomándolos del mundo... Yo les he dado a conocer tu Nombre y se lo

seguiré dando a conocer» (Jn 17.26).

Definiendo de esta manera su misión, Jesús declara cumplido el

largo proceso de revelación de Dios comenzado con Moisés, cuando preguntó a quién

lo llamaba de en medio de la zarza ardiente: «¿Cuál es tu Nombre?» (cf. Ex

3,13). En todas las generaciones los seres humanos han buscado a Dios. Podemos

decir que el ser humano se define por su búsqueda del Dios verdadero, tal como

lo afirma San Pablo en su discurso ante el areópago de Atenas: «El Dios que

hizo el mundo y todo lo que hay en él... creó, de un solo principio, todo el

linaje humano... con el fin de que buscasen la divinidad, para ver si a tientas

la buscaban y la encontraban...» (Hech 17,24.26.27). La imagen que usa el

apóstol -a tientas- es expresiva de una imposibilidad; es la de quien quiere

encontrar algo en total oscuridad. El mismo apóstol, considerando la historia

humana, escribe: «Se ofuscaron en sus razonamientos y su insensato

corazón se entenebreció...: cambiaron la gloria del Dios incorruptible por

una representación en forma de hombre corruptible, de aves, de cuadrúpedos, de

reptiles...» (Rom 1,21.23). En realidad, el ser humano ha adorado como Dios las

cosas más aberrantes. ¡Debería ser motivo de humildad! Habríamos seguido

buscando en la oscuridad -a tientas-, si no hubiera enviado Dios al mundo a su

Hijo, el único que puede declarar: «Yo soy la luz del mundo; el que me sigue no

camina en tinieblas» (Jn 8,12). Se refiere, sobre todo, a su misión de dar a

conocer al Dios verdadero.

La Solemnidad de la Santísima Trinidad, que celebra la Iglesia

hoy, pone ante nosotros el misterio de Dios mismo, tal como ha sido revelado

por Jesús. Él lo reveló manifestando su propia condición de Hijo de Dios, unida

a su declaración: «Yo y el Padre somos uno» (Jn 10,30). Pero, esa revelación de

su propia condición de Hijo de Dios y uno con el Padre no habría podido llegar

al corazón de los seres humanos sin la acción del Espíritu Santo, que, de esta

manera, se manifiesta como una tercera Persona divina. Respecto a sí mismo

Jesús afirma: «Nadie conoce al Padre sino el Hijo» (Mt 11,27). Idéntica

declaración hace San Pablo respecto del Espíritu de Dios: «Nadie conoce lo

íntimo de Dios, sino el Espíritu de Dios» (1Cor 2,11). Tres Personas distintas,

Padre, Hijo y Espíritu Santo, cada una de ellas es el mismo y único Dios.

El Evangelio de este Domingo de la Santísima Trinidad es una de

las cinco promesas del Espíritu Santo que Jesús formula en la última cena con

sus discípulos. Ya no tendrá otra ocasión de hablar con ellos y, sin embargo,

les dice: «Mucho tengo todavía que decirles, pero ustedes no pueden cargar con

ello ahora». Ante esa imposibilidad, habríamos perdido toda esperanza de

comprender su palabra, si no hubiera agregado una circunstancia de tiempo: «No

pueden... ahora». En efecto, anuncia un tiempo en que será posible que su

palabra se haga vida en nosotros: «Cuando venga Él, el Espíritu de la verdad,

Él los guiará en la verdad completa». Es importante notar que Jesús no dice

«hacia la verdad completa», sino «en la verdad completa», expresando así la

permanencia del Espíritu en nosotros. Su acción no consiste en un traslado,

sino en la profundización de la verdad en nosotros.

El Espíritu no infundirá en nosotros un contenido propio: «Él no

hablará por sí mismo, sino que hablará lo que oiga». Jesús aclara: «Él me dará

gloria, porque tomará de lo mío y lo anunciará a ustedes». Eso que Jesús enseño

y que en el momento de la última cena los discípulos no podían sopesar, el

Espíritu hará que puedan hacerlo propio y profesarlo como la verdad. Jesús

agrega una de las formulaciones más explicitas de la Santísima Trinidad: «Todo

lo que tiene el Padre es mío». Entre esas cosas que tiene el Padre, que Jesús

declara propias, se incluye la divinidad. Esta es una de esas cosas que Jesús,

no obstante, les dijo, que ellos no podían comprender. Y agrega lo mismo del

Espíritu: «Él tomará de lo mío y lo anunciará a ustedes». Eso que Jesús llama

«lo mío» es lo que hace que Él sea el Hijo y no el Padre. Esto es lo que el

Espíritu tomará de Él y nos concederá a nosotros: compartir con Jesús su

condición de Hijo de Dios.

Dos envíos hizo Dios para que nosotros recibiéramos la condición

de hijos de Dios: «Cuando llegó la plenitud del tiempo, envió Dios a su Hijo,

nacido de mujer... para que recibiéramos la filiación... y para que ustedes

tengan la certeza de que son hijos envió Dios a nuestros corazones el Espíritu

de su Hijo, que clama: Abbá, Padre» (Gal 4,4.5.6). De esta manera, accedemos

nosotros al misterio de la Trinidad en el que consiste la felicidad plena y

eterna para la cual hemos sido creados.

Felipe Bacarreza Rodríguez

                                                Obispo

de Santa María de los Ángeles

Síguenos: Google News
banner redes
banner redes banner redes banner redes banner redes banner redes

¿Quieres contactarnos? Escríbenos a [email protected]

Contáctanos
EN VIVO

Más visto