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Columnista

Abandono animal: las consecuencias de las falsas creencias

La Tribuna

por La Tribuna

La

conducta social de los perros domésticos es el resultado de la evolución y

comparten ancestros con lobos, coyotes y chacales, entre otros; todos

pertenecientes a la familia canidae.

¿Cuál

es entonces la diferencia entre nuestras mascotas y estos animales salvajes?

Únicamente la protección del ser humano. Para el perro, una persona representa

un factor de protección y guía de conducta.

Esta

característica es el resultado del proceso de domesticación al que fueron

sometidos los primeros canes, el que generó cambios conductuales adquiridos,

pero que no son resultado de respuestas conductuales gobernadas por la

genética. Cuando el perro pierde su factor de protección, recurre a esa memoria

genética para sobrevivir.

Este

proceso es común en perros abandonados y podemos observarlo en sectores

rurales, donde se organizan en grupos con roles claramente definidos,

respondiendo al modelo de jaurías, en los que socializan individuos dominantes

y sumisos, con conductas de caza similares a las observadas por lobos o

chacales en vida silvestre pero que, en el caso de estos perros, las presas

están más indefensas.

Estos

perros asilvestrados, inician su entrenamiento con presas pequeñas y fáciles

de atacar (gallinas, patos), pudiendo con el tiempo atacar a animales de mayor

tamaño. Se han reportado incluso ataques a vacas adultas por parte de grupos de

20 a 30 perros en sectores rurales.

La

pregunta es entonces ¿Cuánto del comportamiento adquirido debe mantenerse para

que estos perros no sean amenazas para niños o ancianos?

La

presencia de estos animales en sectores rurales es consecuencia del abandono

indiscriminado de personas que, por diversos motivos, no se sienten capacitados

para ser responsables de una mascota que tuvieron a su cargo.

Situaciones

de preñeces no esperadas, cambios de residencias de las familias o enfermedades

de alto costo, son algunas de causas reportadas por propietarios para

justificar el abandono.

La

razón de llevarlas al campo se basa en una creencia tan infantil como absurda:

debe ser liberado en el campo para que sea feliz ¡Cuántas veces no hemos

escuchado esa cantinela!

La

felicidad de un perro se encuentra al lado de la familia que lo protege,

depende de las personas que lo cobijan, los necesitan para obtener tratamiento

médico cuando corresponde, mantener sus vacunas y antiparasitarios al día,

esterilizar si no se busca la reproducción. Sin nosotros, estos animales serán

desdichados, ya sea en la ciudad o en el campo y la conducta que muestre será

consecuencia del grado de compromiso que adquirimos al acoger un animal dentro

de nuestro grupo familiar.

El

modo en que nos comportemos representará la diferencia entre el instinto y la

domesticación. Para esto necesitamos ver las cosas en su correcta dimensión y

no disfrazarla de falsas creencias instaladas sólo para dejar tranquila nuestra

conciencia.

Víctor Jara Parra

Jefe de carrera Técnico en

Veterinaria y Producción Pecuaria

CFT Santo Tomás Los Ángeles

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