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La Tribuna
Columnista

Todo el que es de la verdad escucha mi voz Jn 18,33-37

Leslia Jorquera

  + Felipe Bacarreza Rodríguez. Obispo de Santa María de los Ángeles.

por Leslia Jorquera

Este domingo, que es el último del año litúrgico, celebra la Iglesia la Solemnidad de Jesucristo Rey del Universo. Después de seguir, domingo a domingo, la contemplación de los diversos aspectos del misterio de Cristo, es muy apropiado culminar el año con esta celebración, en la que unimos nuestra voz a la de los ángeles y santos en el cielo: «Sonaron en el cielo fuertes voces que decían: “Ha llegado sobre el mundo el Reino de nuestro Señor y de su Cristo; y reinará por los siglos de los siglos”» (Apoc 11,15).

En el Evangelio de este domingo leemos la declaración solemne de Jesús: «Soy rey; Yo para esto he nacido y para esto he venido al mundo». Es una afirmación que requiere una explicación, porque la pronuncia Jesús ante Pilato precisamente en el momento en que está más solo y humillado, cuando se encuentra en la situación u2012según nuestros criteriosu2012 más contraria a la de un rey. Desde la casa de Caifás, donde había comparecido ante el tribunal judío, Jesús fue llevado al pretorio y entregado como un malhechor al gobernador romano, pidiendo su muerte. Sin que se haya indicado el motivo de la acusación, Pilato le pregunta: «¿Eres tú el Rey de los judíos?».

Un rey es quien está a la cabeza de un pueblo u2012en este caso, el pueblo judíou2012 que lo reconoce como la máxima autoridad. Claramente, no es el caso de Jesús en ese instante. Por eso, Él quiere saber en qué sentido hace Pilato esa pregunta: «¿Dices eso por tu cuenta, o es que otros te lo han dicho de mí?». Si Pilato hubiera respondido que lo decía «por su cuenta», estaría insinuando dos cosas: que él conocía las profecías sobre un Ungido a quien Dios «dará el trono de David, su padre... y su Reino no tendrá fin» (cf. Lc 1,32-33); y que, en posesión de ese conocimiento, quería saber si ese Hijo de David era Jesús. La respuesta de Pilato, en cambio, es que él no sabe nada de eso: «¿Soy yo acaso judío? Tu pueblo y los Sumos Sacerdotes te han entregado a mí». Debe entenderse, entonces, que ellos le han traído contra Jesús la acusación de hacerse Rey de los judíos, tal como la expresan más adelante: «Todo el que se hace rey está contra el César» (Jn 19,12). Es, por tanto, una acusación de sedición, que tenía pena de muerte. Con el fin de obtener la muerte de Jesús, esos Sumos Sacerdotes del pueblo judío se declaran fieles súbditos del César: «No tenemos más rey que el César» (Jn 19,15).

En su respuesta, Jesús confirma su condición de Rey, pero explica que eso no entraña ninguna amenaza contra el poder romano: «Mi Reino no es de este mundo. Si mi Reino fuese de este mundo, mi gente habría combatido para que no fuese entregado a los judíos: pero mi Reino no es de aquí». Esto no significa que Jesús sea Rey de otro mundo; significa que Él es Rey en este mundo, pero reina según el criterio de Dios y no según los criterios de este mundo. El rey, según los criterios de este mundo, es quien tiene bajo su poder a un pueblo que combate por él. En otro lugar, Jesús lo expresa así: «Ustedes saben que los que son tenidos como jefes de las naciones, las dominan como señores absolutos y sus grandes las oprimen con su poder» (Mc 10,42). El Rey, según el criterio de Dios, entrega él su vida por el pueblo: «El Hijo del hombre ha venido no a ser servido, sino a servir y a dar su vida en rescate por muchos» (Mc 10,45). Jesús es Rey en cuanto que Él es el Cordero degollado que, con la entrega de su vida, hace que el pueblo reine: «Fuiste degollado y compraste para Dios con tu sangre hombres de toda raza, lengua, pueblo y nación; y has hecho de ellos un Reino de Sacerdotes para nuestro Dios, y reinan sobre la tierra» (Apoc 5,9-10).

Pilato quiere confirmar lo que ha escuchado: «Entonces, ¿tú eres Rey?». Y recibe esta respuesta de Jesús: «Tal como tú lo dices, soy Rey». Y agrega: «Para esto he nacido y para esto he venido al mundo, para dar testimonio de la verdad». Esta es una sentencia solemne de Jesús con la cual define la finalidad de su nacimiento y de su venida al mundo: para dar testimonio de la verdad y, de esta manera, ser Rey. El mismo que dice a Pilato: «Soy Rey», declara en otro lugar: «Yo soy la Verdad» (Jn 14,6). Se trata de un Rey que viene a este mundo para establecer aquí su Reino. Pero, ¿dónde está el pueblo que lo reconoce como su Rey y lo sigue? Jesús responde: «Todo el que es de la verdad escucha mi voz». Obviamente, Pilato no está dispuesto a escuchar la voz de Jesús ni seguirlo. Por eso, reacciona con una pregunta escéptica, de la cual no espera respuesta, porque equivale a una negación de la verdad: «¿Qué es la verdad?».

Si Pilato hubiera esperado la respuesta a esa pregunta habría escuchado de labios de Jesús: «Yo soy la Verdad». Jesús es la verdad, porque con su vida y su Palabra, Él ofrece un fundamento para nuestra vida que no defrauda. La verdad es aquello en lo cual, apoyandome con plena confianza, alcanzo la salvación. San Pablo excluye cualquier otro fundamento que ofrezca esa seguridad: «Nadie puede poner otro fundamento que el ya puesto, Jesucristo» (1Cor 3,11). También Jesús excluye todo otro medio: «Yo soy el Camino y la Verdad y la Vida; nadie va al Padre sino por mí» (Jn 14,6). Él ha venido como un Rey que lleva a su pueblo a la felicidad eterna en Dios. Al proclamarlo en este día como Rey del Universo, declaramos que «somos de la verdad» y «escuchamos su voz».

                                                         

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