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Columnista

Los haitianos y el Súper Ocho

Leslia Jorquera

Mario Ríos Santander     

por Leslia Jorquera

 Nadie habla con voz fuerte sobre esta imagen, algo en sordina, uno le comenta a otro que vio diez, veinte, más haitianos con rostro aburrido acercándose a los autos para, en extraña lengua, ofrecer este alimento prohibido en todos los colegios de Chile.

Pregunta: ¿Fue lógico animar a los haitianos llegar a Chile por decenas de miles para  vender “Súper ocho” en las esquinas de ciudades y pueblos de Chile?. Otras interrogantes: ¿Qué les dijeron de Chile y quién se los dijo?. Perdón, pero estamos repletos de dudas.

Quiero pensar que las autoridades de la administración Bachelet, emulando a Pérez Rosales con la migración alemana o a Pablo Neruda con la israelita, imaginaron un mundo cuyo atractivo era de tal naturaleza que convencerían a ese pueblo, abandonado del desarrollo moderno. Y de paso, imagino, ganarse unos US$100 por pasaje aéreo desde Puerto Príncipe a Santiago, resultaba ser doblemente atractivo. Pero, volvamos a las esquinas con  nuestros haitianos y los “Superochos”.

Nadie habla con voz fuerte sobre esta imagen, algo en sordina, uno le comenta a otro que vio diez, veinte, más haitianos con rostro aburrido acercándose a los autos para, en extraña lengua, ofrecer este alimento prohibido en todos los colegios de Chile. Imaginan que “algún vivo”, con este ejército de vendedores, sin previsión alguna, menos seguro de accidentes, ni contrato conocido, salen cada mañana, desesperados por algunos pesos, que les permita vivir ese día y ahorrar algo para, fines de mes cancelar el arriendo de la pieza o casa, que “apiñados”, logran pasar estas noches de invierno frías y húmedas. Sólo en los domingos, al caer la tarde, en algunos templos evangélicos vemos terminado el culto, haitianos vestidos con ropas finas, elegantes. Se les ve en paz y contentos por este par de horas de oración.

Integrado absolutamente. A su fallecimiento, su nombre quedaba registrado en algún carro bomba u otro servicio comunal. Luego, en la segunda etapa, integrado en la sociedad receptora, incorporaba su propia cultura. Nacía la “comida árabe”, la “danza árabe”, que se entrega en escuelas ad hoc. Más cercanos, los peruanos, nos conquistaron en la comida. Incluso vencieron a los chinos en número de restaurant. ¿Y los haitianos?. Ellos, deberán hacer lo mismo, sino, socialmente pueden vivir con algún grado de marginación.  Y este es su verdadero problema. ¿Conocemos su música, sus bailes, comidas típicas, alguna manualidad haitiana?. En pintura sí. Tienen cuadros sobre tela que predomina el verde de su vegetación. Son bonitos. ¿Cuándo comienzan a pintar en esta tierra que malamente los acoge? La suma de culturas permite a los nativos recibir migrantes. Si ello no ocurre, la decepción puede tener dos caminos. El regreso a casa o, la búsqueda del sustento económico por caminos no deseados. Esa es la cuestión. Y el “Superocho”, no lo resuelve.

Mario Ríos Santander          

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