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Columnista

Yo doy mi vida por las ovejas, Jn 10,11-18

Leslia Jorquera

por Leslia Jorquera

El Domingo IV de Pascua recibe el nombre de Domingo del Buen Pastor, porque en los tres ciclos de lecturas se leen en este domingo, respectivamente, partes del capítulo X del Evangelio según San Juan, en el cual Jesús desarrolla la analogía del buen pastor, aplicando a sí mismo ese título. En el Evangelio que leemos hoy repite Jesús dos veces: «Yo soy el buen pastor».

Esta sentencia es una de esas importantes definiciones de Jesús en «Yo soy...», que constelan el IV Evangelio. En general, con esas sentencias Jesús se refiere a una institución o profecía del Antiguo Testamento a la cual da cumplimiento y plenitud: «No he venido a abolir la Ley y los profetas, sino a dar cumplimiento» (Mt 5,17). La analogía del pastor se aplicaba en el Antiguo Testamento, sobre todo, a Dios mismo, como lo afirma el salmista: «El Señor (Yahweh) es mi pastor, nada me falta» (Sal 23,1). El título se aplicaba también al rey, sobre todo, a David, que era de oficio pastor, cuando Dios lo eligió para ser ungido como rey: «Eligió a David su siervo... para pastorear a su pueblo Jacob, y a Israel, su heredad» (Sal 78,70.71). Ambos –Dios y David– están unidos en la atribución de este título en la profecía de Ezequiel: «Yo mismo apacentaré mis ovejas y yo las llevaré a reposar, oráculo del Señor Dios... Yo suscitaré, para ponerlo al frente de ellos, un solo pastor que los apacentará, mi siervo David: él los apacentará y será su pastor. Yo, el Señor (Yahweh), seré su Dios, y mi siervo David será príncipe en medio de ellos. Yo, el Señor, he hablado» (Ez 34,15.23-24). El profeta Ezequiel desarrolló su ministerio durante el exilio de Israel en Babilonia (586-537 a.C.), en tanto que David vivió 400 años antes, entre los años 1040-970 a.C. Ezequiel anuncia, por tanto, a un personaje futuro, un nuevo David. Con su declaración: «Yo soy el buen pastor», Jesús da cumplimiento y lleva a plenitud lo anunciado por el profeta. Él reúne en su Persona ambos pastores: Dios y David.

Jesús explica lo que es propio del buen pastor: «El buen pastor da la vida por sus ovejas». Es una afirmación extrema. Equivale a decir que el buen pastor ama a las ovejas más que su propia vida. Busca el bien de sus ovejas y está dispuesto a obtenerlo al costo de su propia vida. Jesús lo repite: «Por eso me ama el Padre, porque doy mi vida... Nadie me la quita; yo la doy voluntariamente». El Padre y el Hijo están unidos en el mismo amor por las ovejas. La expresión suprema de ese amor es la entrega de su vida por parte de Jesús. Todos podemos afirmar: «El Hijo de Dios me amó y se entregó a sí mismo por mí» (Gal 2,20). En el polo opuesto está quien ama más que las ovejas, no sólo su propia vida, sino también el dinero. A éste no interesan las ovejas; interesa su salario: «El asalariado...ve venir al lobo, abandona las ovejas y huye, y el lobo hace presa en ellas y las dispersa, porque es asalariado y no le importan nada las ovejas». El colmo de la perversión es que uno que ha sido llamado a ser pastor, se convierta en asalariado; que tenga más interés en el dinero que en el bien de los fieles que le han sido confiados. Ya advertía contra este peligro San Pedro: «Apacienten el rebaño de Dios que les está encomendado... no por mezquino afán de ganancia, sino de corazón» (1Pe 5,2). Otro peligro, propio de nuestro tiempo, que adultera el ministerio pastoral, es el afán de popularidad.

Jesús indica una segunda característica suya en cuanto buen pastor: «Conozco mis ovejas y las mías me conocen a mí». Y agrega la medida de ese conocimiento: «Como me conoce el Padre y yo conozco a mi Padre y doy mi vida por las ovejas». En el lenguaje de la Biblia el verbo «conocer», a menudo es sinónimo de «amar». De hecho, un judío conoce con el corazón. Si buscamos en qué otra ocasión usa Jesús esa misma comparación, encontramos precisamente esta: «Como el Padre me amó, así los he amado yo a ustedes; permanezcan en mi amor» (Jn 15,9).

Que Jesús conozca sus ovejas y las ame hasta el extremo lo entendemos, y esta contemplación de su amor nos llena de gozo. Pero él asegura: «La mías me conocen a mí». La imagen era frecuente en Israel. Cuando el pastor convocaba a sus ovejas para llevarlas al corral, bastaba que emitiera un silbido y sus ovejas se congregaban junto a él y lo seguían. A eso se refiere Jesús cuando dice: «Escucharán mi voz». Reconocer la voz de Jesús y obedecer su palabra es lo propio de sus fieles. Desgraciadamente, muchos siguen la voz de otros líderes y de otras ideologías, que no son la voz de Cristo. Él expresa, sin embargo, este anhelo: «Tengo otras ovejas, que no son de este redil; también a ésas las tengo que conducir y escucharán mi voz; y habrá un solo rebaño, un solo pastor».

El amor verdadero consiste en procurar el bien del otro. El amor supremo –no es posible otro superior– es el de Jesús por nosotros. En efecto, él nos procura el Bien supremo, que es la vida misma de Dios, la vida eterna comunicada a nosotros: «Yo les doy vida eterna» (Jn 10,28). Y lo hace con el costo supremo, que es la entrega de su propia vida, la del Hijo de Dios hecho hombre. No es posible pensar en un amor superior.

Después de estas afirmaciones de Jesús, nadie habría osado asumir el título de pastor, si él mismo no lo hubiera dado a sus apóstoles, cuando dijo a Pedro tres veces: «Pastorea mis ovejas» (Jn 21,15.16.17). Por esto, se concede en la Iglesia de Cristo el título de pastor a quienes en su nombre y con su mandato, conferido por el Sacramento del Orden, comunican a los fieles la vida eterna, los instruyen y los gobiernan. En este Domingo del Buen Pastor, desde hace 55 años, se celebra en la Iglesia la Jornada de Oración por las vocaciones al sacerdocio. Pedimos que no falten al pueblo de Dios pastores que lo apacienten según el corazón de Cristo.

                                                           + Felipe Bacarreza Rodríguez

                                                     Obispo de Santa María de los Ángeles

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