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Columnista

Humanidad en movimiento: duelo migratorio y resiliencia

Leslia Jorquera

María Elisa Neumann Vásquez.

Psicóloga clínica y académica Facultad de Psicología                     

Universidad San Sebastián

por Leslia Jorquera

Para los países que reciben inmigrantes, es particularmente desafiante el crear las condiciones para poder acogerlos de manera rápida y respetuosa, con el compromiso de tomar las medidas para la integración e inclusión en educación, salud, justicia, trabajo y vivienda, entre otras.

         

El fenómeno migratorio forma parte de nuestra historia, tanto a nivel personal como social. A nivel personal es probable que la mayoría de nosotras y nosotros cuente con algún familiar, ya sea directo o lejano, que ha migrado desde su país de origen. En estas historias familiares encontramos diversos motivos por los cuales las personas deciden o se ven obligadas a desplazarse de su lugar habitual de residencia a otro, con la intención de satisfacer una necesidad o conseguir alguna mejoría en su condición de vida.  En condiciones óptimas, la migración debiera ser una opción, no una necesidad.

Para los países que reciben inmigrantes, es particularmente desafiante el crear las condiciones para poder acogerlos de manera rápida y respetuosa, con el compromiso de tomar las medidas para la integración e inclusión en educación, salud, justicia, trabajo y vivienda, entre otras.

Chile se ha convertido en un importante destino migratorio en el contexto Latinoamericano. Desde 1989, se ha cuadruplicado el número de personas que ingresan al país y solicitan alguno de los distintos tipos de residencia, ya sea temporal o definitiva.

Desde el punto de vista psicológico, es importante considerar que la migración es un proceso psicosocial de duelo, que requiere de un proceso de reorganización. Entre las características de este proceso de duelo, podemos encontrar tres principales: se trata de un duelo parcial, porque existe en la mayoría de los casos, la posibilidad de retornar a su país de origen; es recurrente, pues se reactiva con facilidad (por los contactos con familiares de su país de origen, la llegada de compatriotas, o viajes esporádicos a su país), y es múltiple, porque la persona que emigra se enfrenta a la pérdida simultánea de al menos los siguientes aspectos: la familia, su lengua, la cultura, su lugar de origen y a veces se acompaña de pérdida de estatus social.

No obstante, también podemos mirar el proceso migratorio desde la resiliencia, es decir, desde la capacidad que tenemos las personas para enfrentar adversidades. Se han identificado factores protectores que favorecen la resiliencia: los personales, como conocer la lengua del país donde emigra, tener expectativas realistas sobre lo que puede lograr y en cuánto tiempo, el humor y la autonomía; en los factores relaciones es importante la capacidad de generar relaciones cálidas y de confianza, recibiendo apoyo de las personas con las cuales se relaciona cotidianamente, y finalmente encontramos dentro de los factores comunitarios la solidaridad, o sea, la capacidad de poder brindar apoyo a quienes deciden emigrar.

El desafío está en lograr transformarnos en una sociedad de acogida donde, a través de la solidaridad, aportemos en la construcción de una comunidad diversa y rica en recursos a nivel humano. 

María Elisa Neumann Vásquez.

Psicóloga clínica y académica Facultad de Psicología                     

Universidad San Sebastián

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